Las revelaciones hechas por Snowden acerca de los sistemas de espionaje usados por los Estados Unidos, para garantizar la seguridad ciudadana, han vuelto a colocar en el tapete del análisis hasta qué punto puede un Gobierno extender sus acciones de inteligencia sin que la consiguiente afectación de las libertades y derechos ciudadanos dé origen a justificadas censuras y protestas.
Europa reaccionó con cautela inicial, pero cuando supo que sus embajadas en Washington y las instalaciones comunitarias en Bruselas habían sido espiadas, exigió explicaciones a los Estados Unidos, a pesar de que seguramente no le eran desconocidas esas actividades subrepticias. Alemania y Francia rechazaron la inaceptable injerencia. Lo mismo -pero tibiamente- hizo la ONU con respecto a su sede en Nueva York.
Obama reaccionó a la defensiva y develó una parte de la verdad al replicar que las actividades de inteligencia son práctica corriente de los Estados. Pretender justificar un abuso con tal argumento resulta inaceptable frente a la obligación de respetar normas de ética y de buena fe en las relaciones internacionales. Sin embargo, no cabe desconocer que los Estados deben velar por la seguridad pública, especialmente en tiempos en que la tecnología puede ser usada por el terrorismo para destruir las bases de la vida civilizada. ¡Hé allí el gran dilema que nos plantea, con toda su crudeza el caso en cuestión! Snowden cometió un delito grave, pero puso en evidencia prácticas condenables de grandes y pequeños. Su conducta ha sido elogiada tanto como criticada. Se lo ha considerado héroe de la libertad de información así como traidor y felón. Quizás por lo primero, el presidente Putin se manifestó dispuesto a recibirlo aunque, por lo segundo, le impuso como condición no seguir perjudicando a los Estados Unidos. Él mismo sonrió ante la fragilidad del argumento en boca de un rival tradicional de Washington.
Desde el comunista Melanchon hasta la extremista de derecha Marine Le Pen pidieron a Francia asilar a Snowden. El socialista Hollande se negó a hacerlo. Veinte países han recibido la solicitud de asilo y muchos se han excusado. El paradero de Snowden es desconocido. La explicable sospecha de que se dirigía hacia Bolivia originó una flagrante violación del derecho internacional que afectó al presidente Morales, en vuelo de Moscú a La Paz.
Tal es el entorno en el que debe ser analizado este caso de un espía que, al revelar secretos delicados, ha puesto de relieve los peligros que trae consigo el uso amoral de la tecnología, la realpolitik de las grandes potencias, rayana en hipocresía, y el torpe comportamiento de ingenuos internacionalistas que se lanzan al vuelo como halcones y aterrizan como torpes perdices en el mundo de las realidades.