El arquitecto Marco Salazar diseñó su vivienda en función de las condiciones del terreno, respetando la vegetación. Fotos: Diego Pallero / EL COMERCIO
A 40 minutos de Quito, por la vía a Calacalí, está la urbanización La Marca, rodeada de planicies de tierra dorada, en donde el viento golpea fuerte pero se siente un clima cálido.Allí el arquitecto y docente universitario Marco Salazar construyó su casa, a la que describe como “el intento por formalizar la tradición contemporánea de la vivienda”.
Y es que el concepto de la vivienda parte de la idea de utilizar los materiales convencionales que existen en la actualidad, o los más económicos, con técnicas que hoy son tradicionales pero que son propias de la modernidad.
A manera de un volumen absoluto, la residencia se destaca por su transparencia y por la forma cómo se adapta a un pequeño bosque de eucaliptos.
El arquitecto indica que el eucalipto es considerada una especie problemática y por eso suelen removerse sus plantas; sin embargo, para su residencia decidió mantenerlos porque los consideró una cualidad espacial del terreno.
“Los eucaliptos existentes son una especie de columnas arquetípicas, árboles-columnas”, añade. Por eso, el diseño de la casa se adaptó a ese conjunto de vegetación.
Otro punto que se destaca de la construcción es que se emplaza en un terreno de 635 metros cuadrados, un poco elevado del nivel de la vía.Esta característica natural se mantuvo para que la casa aproveche las vistas, además de la iluminación y ventilación que se consigue con una altura distinta.
En cuanto a la distribución de la vivienda, que tiene 145 metros cuadrados y en la que Salazar vive junto con sus padres y mascotas, se definieron dos habitaciones como núcleos separados. En cambio, todas las actividades comunes y sociales se desarrollan en un ambiente definido por la cocina y el patio en la mitad.
El arquitecto partió de la idea de devolver a la cocina el papel protagónico, es decir ubicar ese ambiente no como un espacio marginal sino como la esencia del convivir. “Tradicionalmente, el espacio donde se prepara la comida era el centro del habitar”, subraya.
El color blanco proporciona luminosidad a los espacios.
De esta manera, la cocina irrumpe en la mitad de la zona social en la que se disponen, además de ese ambiente, el estudio, la sala, el comedor y una sala de estar.
Además, esta vivienda cuenta con un patio trasero cubierto para las máquinas.
La cocina se compone de un mueble con granito y estructura metálica, también diseñado por el arquitecto. No tiene puertas ni cajones y las tuberías y todos los elementos están a la vista. Esa intención de mantener los materiales expuestos se refleja en todo el interior de la residencia.
“Todos los materiales están a la vista, tal y como quedaron luego de la construcción”, explica Salazar y menciona que la decisión de dejar que la estructura se evidencie tiene que ver con un tema compositivo, es decir intentar que cada material tenga un lenguaje propio.
Esto, según el arquitecto, viene de una tradición brutalista de la arquitectura de poder exponer las cosas tal y como son. De no intentar tapar las cosas y dejar que se expresen. “Incluso celebrar la exposición de este tipo de elementos”.
Por otro lado, señala, está relacionado con un tema económico, ya que al lograr que los elementos sean independientes en el proceso de construcción de alguna forma garantiza que después no va a ser necesario recubrirlos o darles un acabado, lo que implica menos recursos. Incluso para el arquitecto las fallas e imperfecciones son parte de la estética. Optó solo por pintar de blanco para que el espacio tenga mayor luminosidad y claridad.
Todos los materiales muestran sus ‘imperfecciones’ en estado puro.
El diseño de la vivienda permite privacidad y control térmico, para afrontar los cambios de temperatura y la neblina, que es frecuente en el sitio. El techo de esta casa es de una lámina compuesta de acero con aislamiento termoacústico. Se utilizó para evitar un cielo falso y así reducir los costos. Hay paneles alistonados de madera de seike como parte de la materialidad en el interior del inmueble. Aquello agrega un toque cogedor que se combina con el blanco que predomina en las paredes y en el mobiliario.
En las habitaciones los clósets están empotrados y también lucen el material en su estado puro. Allí, la madera es la que aporta calidez.
Los claristorios que tiene la casa logran conectarla con el paisaje exterior. Permiten la percepción parcial del bosque, de las montañas y del cielo.