A perro flaco, todo son pulgas, expresión que define muy bien que las desgracias nunca vienen solas, y esto, al Ecuador, le calza a la perfección.
Tras una década perdida por el espejismo que causó el alto precio del petróleo, con una política económica de gasto y endeudamiento agresivos, sin ahorro y sin previsión, nos hemos debatido entre la opulencia y la crisis; entre el despilfarro y la corrupción; entre la demagogia y el autoritarismo.
Para mal de males, nos sobrevino un terremoto de proporciones catastróficas. Sin recursos para enfrentar la destrucción, se aumentaron los impuestos indiscriminadamente, se endeudó al país infamemente con intereses de chulco; las tasas de desempleo y subempleo han crecido dramáticamente; se ha ahuyentado la inversión privada local y extranjera con leyes absurdas e ideológicas como las de herencias y plusvalía que, aunque todavía no están vigentes, la sola idea de que entren en vigor ha desalentado iniciativas en las empresas inmobiliarias y de la construcción.
Hasta ahí, nos han dejado como a perro flaco.
De cara a las elecciones que se avecinan, ante la falta de unidad en las fuerzas políticas que pretenden dirigir el país, sin lineamientos y programas de gobierno coherentes que conjuren el mal que ha causado la Revolución Ciudadana, el futuro del Ecuador se presenta oscuro e impredecible. Esto último, son las pulgas.