Si eres de la sierra ecuatoriana, tienes a tu abuela lejos físicamente –ya sea porque estás viviendo demasiado o porque, como yo, vives en otro país– y quieres pasar una hora con ella, puedes agradecerle a Verónica Haro Abril. En Cuando ellos se fueron, documental que recoge en un coro las vidas de las abuelas que todavía permanecen en Plazuela-Tungurahua, consigue, de alguna manera, dar con una esencia. Tal vez sea la elección de planos que consigue crear una atmósfera. Tal vez sea el exquisito sonido en vivo que reproduce el crujir de los muebles de madera, el desgranado del choclo o los sonidos con que el acento serrano decora sus frases. Lo cierto es que la película genera un lugar del cual beber un poco de esa misteriosa vitalidad predigital: una de ellas dice que no tiene tiempo para estar triste; otra está convencida de que vive en el barrio más bonito “en todo sentido”; otras llenan su fin de semana con la compañía mutua y con llamadas a la radio para pedir que les dediquen canciones porque “somos loquitas”. ¿Cuál es el secreto? ¿Nosotros también seremos así? Cuando una abuela –o abuelo– como las de Plazuela se sienta a escuchar pasillos un sábado, a las seis de la tarde, con la mirada baja, algo extraño sucede con el espacio y el tiempo. Un presentimiento con efectos casi físicos. Algo parecido a lo que Verónica nos confía al inicio de su película: “Al despedirme de mi abuela me quedaba sin aire”.