Amaia, a sus treinta y cinco años, acaba de ser madre por primera vez. Javi, su pareja, se ausenta por trabajo, así que el agotamiento la lleva a trasladarse a la casa de campo de sus padres. En “Cinco lobitos” (2022), nominada a once premios Goya, asistimos a esos primeros meses en los que Amaia trata de comprender nuevamente su vida, mientras fija la mirada en quienes hicieron esa tarea con ella. El estilo de Alauda Ruiz de Azúa en su primera obra como directora es sobrio, pausado, con muchas tomas estáticas que capturan la profundidad de campo al interior de la casa. Consigue que emerja con fuerza y emoción la realidad de lo cotidiano. En un momento, los tres miran la digitalización de algunos videos caseros que ha hecho a escondidas el papá de Amaia. “Éramos felices y no nos dábamos cuenta”, dice la mamá. Aparece la necesidad de la memoria –biológica o digital– para valorar el relato de nuestra vida. También una memoria inconsciente, en forma de repetición: Amaia canta a su pequeña la misma canción que le cantaba su mamá, y llama “lagartija” a su hija, de la misma manera como lo hacía su papá. Y aquella frase sobre la felicidad inadvertida es extraña porque en la película casi siempre vemos los conflictos cotidianos. Pero quizás es verdad: Alauda Ruiz de Azúa atrapa la felicidad de la convivencia familiar, que logra abrirse espacio entre roces dolorosos; la felicidad de lo cotidiano, hecha de heridas, pero también de un discreto cuidado por el otro.