Sionas comparten las tradiciones de su pueblo

Hortensia Lucitanda calienta el tiesto para preparar casave. Foto: Maria Isabel Valarezo / EL COMERCIO

Hortensia Lucitanda calienta el tiesto para preparar casave. Foto: Maria Isabel Valarezo / EL COMERCIO

Hortensia Lucitanda calienta el tiesto para preparar casave. Foto: María Isabel Valarezo / EL COMERCIO

A cuatro horas y media de Lago Agrio, mitad por tierra, mitad por agua, está la casa del chamán Rafael Yiyocuro, de 54 años, y de su esposa Hortensia Lucitanda, de 46.
Él es hijo de dos sionas y ella es hija de madre cofán colombiana y de padre siona de Aguarico.

La pareja, que tiene ocho hijos, ya está acostumbrada a la constante visita de los turistas que pasan por su casa en medio de sus tours por la reserva de producción faunística Cuyabeno.

A ellos no les molesta compartir sus tradiciones con visitantes ecuatorianos y extranjeros. Esta es una forma de mantener vivos los conocimientos que por siglos fueron transmitidos de generación en generación entre las etnias de la Amazonía ecuatoriana.

Hortensia Lucitanda lleva a los turistas a un terreno detrás de su casa de madera. Es hábil con el machete y en un rato corta hojas y tallos, cava un hueco y saca cuatro yucas. Las lleva a una construcción hecha de caña, en donde tiene los utensilios para preparar el casabe. Antes, había encendido el fogón y colocado sobre un tiesto, para que esté bien caliente.

Luego de pelarlas con el machete, las desintegra con un rallador artesanal. Coloca la masa en un matafrío hecho de fibra de balsa y lo cuelga en una viga. Se ayuda de un palo para darle vuelta hasta exprimir todo el líquido. Cuando la cuela en un cernidor de caña milpeso obtiene harina. La pone sobre el tiesto y con un pilche compacta la masa. La deja dorar y ese pan ácimo e insípido que es el casabe está listo.

Lucitanda lo usa para acompañar el pescado en un caldo de yuca.

Mientras tanto, su esposo Rafael Yiyocuro se viste y se prepara en casa, para explicar de qué se trata el ritual del yagé o ayahuasca. No lo hace completo, porque el proceso puede llegar a durar hasta 11 horas y se hace generalmente a partir de las 21:00. Usa una túnica turquesa y varios adornos.

Las plumas de tucán, azulejo y quetzal son su corona. Los colmillos de puerco de monte y las semillas de cascabel de liana adornan su cuello y su pecho.

Él hizo su atuendo de acuerdo con las visiones que tuvo luego de consumir esta bebida ancestral. Le suma collares de mullos que le han regalado personas a las que enseñó o de las que aprendió en sus 15 años de preparación chamánica.

Yiyocuro dice que el aprendizaje del yagé se parece a la educación común, por la dificultad y el largo proceso. La bebida se obtiene de la banisteriopsis caapi, una liana conocida como yagé, mariri, ayahuasca o pildé. Se cocinan y reducen 40 libras de liana, en 30 litros de agua.

El tiempo de “borrachera o mareación”, como llaman los chamanes al efecto que la bebida provoca, depende de su grado de concentración. Un cuarto de galón de la más concentrada es suficiente para que un grupo de 10 o 15 personas vivan la experiencia.

Yiyocuro relata que se ven muchas especies de aves, animales, mariposas... durante el trance.

El reto es aprender a interpretar lo que esas visiones o alucinaciones significan. “Por medio de esa bebida aprendemos para curar o examinar al paciente. Nosotros vemos ángeles o reyes del yagé. Atraemos a animales y lo que existe en el agua.

El buen chamán atrae el sustento familiar o controla enfermedades del espíritu”. Yiyocuro tiene claro que puede diagnosticar una enfermedad “de occidente”, pero no curarla.

Un chamán siona, secoya o cofán cura “los espíritus”, pero trabaja con el médico tradicional para otros males.

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