La práctica de heredar una prenda de vestir de una generación a otra ahora se reproduce en Quito, más allá del entorno familiar y con metas claras: generar una economía sustentable y cuidar el planeta.
Estas consignas se hacen aún más evidentes en una pandemia que ha derivado en una crisis económica en los hogares.
The Walk-IN-Closet es una de las iniciativas que se han generado en la ciudad. Nació de la mano de Ana María SantaCruz, como un sueño que logró plasmar después de 20 años.
La mujer de 47 años y madre de un niño de 7, saca a flote que la industria de la moda es responsable del 20% del desperdicio total de agua a escala global. Y que la producción de ropa y calzado genera, al menos, el 8% de los gases de efecto invernadero. Explica que cada segundo se entierra o quema una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura.
En Quito, según datos de la Dirección Metropolitana de Servicios Ciudadanos, hay 1 597 establecimientos, cuya Licencia Única de Actividades Económicas establece venta al por mayor o menor de prendas de vestir. La Zona Sur lidera la lista, con 330. No se cuenta con la especificación de ropa de segunda mano.
Lo que sí está definido es que la práctica ha estado vigente en la ciudad en espacios como los mercados populares, entre ellos el de San Roque y el Arenas. Patricio Guerra, cronista de la Ciudad (e), da cuenta de que, además, esta actividad se popularizó en la década del 90, con la venta, incluso, de ropa usada importada.
El padre de SantaCruz, Alfredo, sembró la semilla del negocio que abrió en febrero del 2018. The Walk-IN-Closet, un espacio para venta a consignación de ropa y accesorios, arrancó en un pequeño local a media cuadra del parque de Cumbayá. Luego, se cambió a pocos metros y duplicó el tamaño y, en medio de la pandemia, logró consolidar el proyecto en Pifo.
En el sitio, donde hay áreas verdes, tienen el denominado Tacho Solidario y reciben donaciones de todo tipo para personas necesitadas. Par acudir a The Walk-IN-Closet, vía Sigsipamba, hay que coordinar una cita llamando al 099 973 1083.
Una de las clientas, que tiene 50 años y prefirió no dar su nombre, habla de las ventajas. Ella ha llevado a vender varias veces sus prendas. Lo que gana lo invierte en la misma tienda. “Liberas espacio y energías, aportas y apoyas”.
Con las mismas consignas surgió Pulgón del Parque. Damiana Calle, emprendedora y madre de cuatro retoños, empezó el negocio hace cuatro años junto con su mejor amiga, Camila Lira.
Las socias se lanzaron por el eje social y, de cajón, aplican el reciclar, reducir y reusar. La meta: nutrir la conciencia social sobre el consumo. La actividad es de doble vía: personas que compran artículos a precios bajos y aquellas que venden para contar con un ingreso para sus hogares.
Myriam Comina está en el segundo grupo y ha participado durante los cuatro años. Ella comparte que, el ingreso que obtiene, le ayuda a cubrir necesidades del hogar y procura ofrecer no solo artículos en buen estado, sino novedosos.
El Pulgón paró por la pandemia y se retomó hace un mes. Se desarrolla cada 15 días en Mundo Juvenil, en el parque La Carolina, norte de Quito. La próxima edición será el 15 de agosto, de 09:00 a 15:00.
Hasta los estands no solo llegan personas de escasos recursos, sino de todos los estratos. Calle, de 43 años, invita a unirse: 099 355 0606, o por redes sociales. En cada feria impulsan la labor de una fundación. Así los asistentes pueden conocer el trabajo y hacer donaciones.
Y si de tradición se trata, se encuentra el local de Cristina Pérez y su esposo, Luis Ortiz, en la Mejía, a unos pasos de la García Moreno, en el Centro. El local, donde hay prendas desde USD 2, lleva 25 años.
Pérez, de 39 años, cuenta que su esposo comenzó con el local. Se casaron hace 14 años y ella se sumó al negocio, se expandieron y hoy tienen dos locales más, uno en la Rocafuerte y otro en la Flores.
En la pandemia, la comerciante constató aún más la importancia de ofrecer al público prendas a bajos precios. La demanda subió, sobre todo, en lo referente a ropa para niños.
Un hombre de 60 años, que prefiere no dar su nombre, busca sacos y, a la par, cuenta que era funcionario público y perdió el empleo. Da cuenta de que la ropa es más económica y es de buena calidad. Reconoce que compra desde hace 15 años. Al perder el trabajo se hizo imposible comprar algo nuevo. Incluso para adquirir las prendas de segunda reúne “de poco en poco”.
Michelle Gallo, de 23 años, atiende el local de la Mejía. Para ella, la jornada se extiende de 09:30 a 18:00. Al día vende no menos de 30 prendas.
Cada sábado renuevan la mercadería. Para esto, Pérez detalla que la ropa, que compran en casas u otros espacios, pasa por una bodega, donde la lavan, desinfectan y, de ser necesario, la cosen.