El uso de megáfonos en las vías es prohibido en Quito

En San Carlos, los repartidores de gas circulan frecuentemente por las calles alertando su presencia por el altavoz. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

El bullicio empieza desde las 06:00. A esa hora los camiones que transportan las bombonas de gas de uso doméstico salen uno tras otro. El choque de los tanques cuando se cargan al vehículo y la canción que se conoce en toda la ciudad despierta a más de un vecino del barrio Bellavista Alta, en el nororiente de la capital.

A las 09:00 esos vehículos circulan por el barrio, pero no a todas las personas agrada su forma de anunciarse, según el dirigente Christian Simbaña.

Él indica que las quejas de varios vecinos se dan porque consideran que el barrio es solo residencial y merecen más tranquilidad. A esas molestias se suman las ocasionadas por las camionetas que recolectan chatarra y que también usan megáfonos a todo volumen mientras hacen sus recorridos. Los sábados, dicen los vecinos, ese ruido se vuelve insoportable.

Aunque todos los repartidores de gas deben usar la misma canción, utilizan tres distintas estrofas. La más conocida es la que repite el estribillo “si en tu cilindro ya no queda más, tranquilo ya llegó el gas”. Por su lado, los recolectores de chatarra dan un mensaje para pedir los artículos que recogen.

La Secretaría de Ambiente regula la emisión de ruido en el Distrito, pero recalca que el uso de dispositivos sonoros para difundir esos mensajes, también considerados publicidad móvil, no está permitido.

Así lo establece el Código Municipal, Art. III.6.170: “Se prohíbe con carácter general: (…) f. La publicidad exterior fija y móvil a través de dispositivos sonoros tales como campanas, parlantes, altavoces, silbatos, sirenas y similares”.

La Secretaría es enfática en que no existen regulaciones sobre el volumen porque es una actividad prohibida. Lo que sí norma el Código son los decibeles permitidos para los vehículos que realizan carga y descarga en el espacio público.

Los repartidores de gas son los únicos que, temporalmente, pueden utilizar megáfonos para promocionarse. ¿Por qué?

Según la Asociación de Distribuidores de Gas de Pichincha, hace cuatro años llegaron a un acuerdo con el Municipio para que usen ese mecanismo mientras se concreten otras alternativas de comercialización. Iván Cartagena, su presidente, dice que en ese entonces se acordó que las canciones no deben sobrepasar los 50 decibeles. Aun así, eso no siempre se cumple.

El ingeniero Paúl Lozada, del laboratorio de sonido Lambda, ha realizado varias mediciones de ruido en diferentes puntos de la ciudad. En las evaluaciones se incluyen muestreos de la canción del gas en sitios como La Magdalena, Conocoto y la Granda Centeno. Allí, los audios superaron los 60 y hasta 70 decibeles.

Ayer, en el sector del Pinar Bajo, Lozada realizó una nueva medición cuando pasaron tres camiones repartidores y nuevamente en el sonómetro se marcaron los 65 y 70 decibeles.

En ese barrio también es común escuchar –a toda hora- a los repartidores de legumbres, frutas, carnes y arroz que se anuncian a través de megáfonos. Los vecinos incluso conocen a un vendedor de humitas y tamales que hace sus recorridos a diario mientras se anuncia por megáfono o parlantes.

Este Diario consultó a la Agencia Metropolitana de Control (AMC) y a la Agencia Metropolitana de Tránsito (por ser vehículos los que emiten el ruido) sobre los controles, pero ambas indicaron que no tienen competencia para regular la actividad.

La Secretaría de Ambiente sí regula la emisión de ruido cuando la fuente es fija, mientras que la AMC emite las sanciones cuando hay incumplimientos. Para este tipo de ruido sí existen regulaciones que varían según el uso de suelo. Por ejemplo, en las zonas residenciales los niveles máximos permitidos son de 55 decibeles durante el día y 45 en la noche.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que para no tener perturbaciones en el interior de las viviendas, una persona puede tolerar hasta los 45 decibeles.

El ingeniero Luis Bravo es docente de la carrera de Sonido y Acústica de la UDLA y ha dirigido varias investigaciones sobre la emisión de ruido en la capital. Comenta que la regulación del uso de dispositivos en camiones y camionetas es compleja porque no se trata de una fuente fija y no permite una medición continua.

Bravo explica además que el sonido que se escucha en cada sector depende de las distancias (interiores o exteriores de las casas) o de la morfología de las calles. Es decir, cuando hay vías más estrechas la acústica puede percibirse más alta. Por ello recalca en la necesidad de homologar esos dispositivos.

En eso coincide el dirigente de los distribuidores de gas y cuenta que por eso muchos repartidores tienen programaciones, porque los megáfonos pueden alcanzar los 90 decibeles. Cuenta también que ya realizan acercamientos con dirigentes barriales para aplicar otros mecanismos de distribución como los chats comunitarios y aplicaciones móviles, que ya están vigentes.

Tanto Bravo como Lozada alertan sobre las afectaciones que puede causar un volumen excesivo en la salud.
Entre los daños se anota la pérdida de la capacidad auditiva y alteraciones fisiológicas al sistema cardiovascular, presión sanguínea, problemas gástricos, entre otras.

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