Donde actualmente hay una planicie de cerca de 5 km de ancho y 16 km de largo, entre Cotocollao y el Centro Histórico, había decenas de barrancos, desniveles, riachuelos y ojos de agua. Se los cubrió con tierra, y se los niveló para que la ciudad pudiera crecer. Así, gran parte de la ciudad se levantó sobre rellenos de quebradas.
Desde el bulevar de la 24 de Mayo hasta El Condado, solo de la mitad de la ciudad hacia el occidente, hay 23 zonas completamente consolidadas -con casas, escuelas, centros médicos y locales comerciales- construidas sobre lo que alguna vez fue un cañón. No se trata de los barrios que echaron raíces en las laderas del Pichincha, sino de las construcciones que se asientan sobre una planicie, sin saber que años atrás, allí hubo un despeñadero.
Algunos barrancos empiezan en la parte alta del Pichincha, como quebradas abiertas. Bajan por su cauce hasta encontrarse de frente con la ciudad. Entonces, se vuelven quebradas ocultas, rellenadas, y se extienden hasta la América, la 10 de Agosto o la 6 de Diciembre.
Hay zonas, como los alrededores de la Humberto Albornoz, la Antonio Marchena y la Bolivia (en el sector de la Universidad Central) que nacieron sobre rellenos.
Algo similar pasa en la calle de Los Comicios, por la Granda Centeno y por la Edmundo Carvajal. En el norte, estos accidentes geográficos empiezan por encima de la avenida Mariscal Sucre y se extienden, en algunos casos, hasta la avenida De la Prensa, por el antiguo aeropuerto de Quito.
Bajo tierra hay una ramificación de quebradas ocultas que se enlazan y se extienden, como las neuronas de un cerebro. Eso pasa en Ponciano, alrededor del estadio de la Liga, y en Agua Clara. El suelo sobre lo que alguna vez fue un desfiladero dio a luz a decenas de casas, negocios y zonas verdes. Lo mismo ocurre en el lado oriental de Quito, aunque en menor proporción.
Los alumnos de la Facultad de Ingeniería Civil de la Escuela Politécnica Nacional dicen que lo primero que les enseñan al iniciar la carrera es que nunca se debe construir sobre un relleno. No tener un suelo firme y obstruir el cauce natural del agua son riesgos que a la larga pasan factura. Por eso, en Quito, cuando la lluvia se ensaña por días, las ambulancias empiezan a escucharse. En los últimos 47 años, 13 emergencias graves (que han dejado al menos 47 víctimas mortales) han conmocionado a la urbe. De ellas, las 10 más despiadadas sucedieron en el norte.
La historia de los rellenos
El Panecillo divide a la ciudad en dos. La geografía del norte es distinta a la del sur, sobre todo en la configuración de sus quebradas. La afirmación la hace Inés Del Pino, profesora de arquitectura de la Universidad Católica, quien ha investigado el tema de las quebradas y la obra pública en Quito. “En el norte -dice- las quebradas son más profundas, de allí que sus pendientes son más pronunciadas”.
Del Pino hace un recorrido desde la época de la Colonia hasta la actualidad para explicar que la historia de Quito empezó a contarse con puentes en medio de una geografía nada amigable. Quito está atravesada, de oeste a este, por unas 60 quebradas que bajan del Pichincha y llegan a los ríos Machángara y Monjas. En la época de la Colonia, tres grandes barrancos atravesaban el Centro Histórico.
A finales del siglo XIX se cuestionó el hecho de que las aguas servidas se evacúen por zanjas abiertas en las calles, y se empezó a hablar de higiene. La ciudad empezó a planificar el alcantarillado y el agua potable. El debate de qué hacer con las quebradas se instaló.
Del Pino detalla que en 1900 se miró al norte de Quito como una promesa de futuro, la ciudad del porvenir, y se lo definió como el espacio de expansión de la ciudad. Entonces se inició el relleno sistemático de quebradas.
Se lo hacía con tierra y piedras. En la parte baja, se edificaban grandes túneles para que por allí desfogaran las aguas que bajaban de las laderas. Así, poco a poco, la modernidad de la ciudad se impuso a la biodiversidad de la quebrada. Y con el objetivo de tener una ciudad más transitable y plana, las quebradas se enterraron.
Por cerca de 40 años la ciudad se rellenó. Ahora, casi nadie sabe que esas pendientes estuvieron allí; pero, como dice Del Pino, la naturaleza manda, y cuando llueve las montañas le recuerdan al cemento que ese territorio le pertenece.
El lado oscuro
Tapar las quebradas hizo que la gente empezara a percibirlas de otra manera. El urbanista Hugo Cisneros está convencido de que debido a eso dejaron de ser los espacios donde los niños jugaban, exploraban y se escondían. Se volvieron esos lugares peligrosos, alejados, ocultos, donde la gente arroja lo que ya no le sirve.
Cisneros considera que la única alternativa es recuperar las quebradas que aún están abiertas. Destinar un presupuesto para ampliar las captaciones y para cuidar ese ecosistema. Una opción, dice, es que los barrios cercanos apadrinen su quebrada. Que se sientan responsables de ella y la cuiden. Así se conseguiría recuperar la belleza que estos espacios ofrecen a la comunidad y evitar que en invierno se vuelvan un enemigo.
Los riesgos
Hugo Yepes, asesor de la Alcaldía de Quito en temas de riesgo, explica que a medida que avanza la ciudad se impermeabiliza, lo que hace que las ciudades que tenían un equilibrio natural, empiecen a recibir muchísima más agua, porque el líquido ya no penetra en los suelos ni se absorbe, sino que va directamente sobre el pavimento y desde ahí y desde los techos de las viviendas a las alcantarillas y a los ríos.
El 95% de esa agua es lluvia. Por eso la importancia del sistema alcantarillado que se teje, sobre todo, en zonas donde se rellenó.
Drenaje
El Municipio construyó y sigue construyendo bajo el suelo un sistema para drenar el agua de las quebradas y que entra a las alcantarillas. Entre 2000 y 2020 se ha dado vida a una red de colectores, con túneles de 12 o 15 m de diámetro. La Epmaps, asegura que desde el 2000 se invirtieron más de USD 100 millones en colectores. Para 2022 hay un presupuesto de USD 2,3 millones para intervenir en la construcción de colectores y alcantarillado. Es parte de la mitigación del riesgo con el que la ciudad debe aprender a vivir.