Un recorrido por las calles de Cutuglagua es suficiente para dejarse perder en lo que parece una extensión de la capital ecuatoriana. Aunque se trata de una parroquia del cantón Mejía, está muy unida a Quito e incluso comparte rutas de transporte urbano.
Una frente a otra están las casas en el barrio La Unión. Lo que no es notorio es el límite que divide a las dos ciudades. Quienes viven ahí saben dónde termina y comienza una y otra población.
Ese crecimiento acelerado de las últimas tres décadas ha logrado cambiar el modo de vida de sus habitantes. Según Aurora Carvajal, presidenta del GAD de Cutuglagua, la población que se dedica a la agricultura y ganadería se redujo del 60% al 15%.
En la actualidad, lo que se ve al pie de algunas viviendas es una pequeña huerta donde se cultivan alimentos para el consumo. El maíz, papa, cebolla, habas y col es lo más común entre los vecinos que permanecen en el barrio durante el día. Son pocos y, la mayoría, de edad avanzada.
Teresa Chulca, de 56 años, llegó a este lugar hace cuatro años. Vivía en Quito, pero la vida se hizo muy cara y decidió mudarse a este sector. Aunque la capital está a menos de una cuadra de su casa, ella se siente más tranquila sembrando su propia comida en una pequeña parcela de menos de 10 metros cuadrados.
De acuerdo con Henry Monga, concejal de Mejía, existe un conflicto por la carga demográfica y el crecimiento desordenado de las ciudades. Explica que del cantón salen alrededor de 600 000 litros de leche cada día. También asegura que son grandes productores de papas que se distribuyen a todo el país.
Pero la vida ha cambiado y esas grandes producciones ya no se dan en la zona de Cutuglagua. La cosecha apenas alcanza para el consumo propio y los terrenos cada vez se venden más rápido para construir planes habitacionales.
En un recorrido realizado por este Diario se pudo evidenciar al menos dos conjuntos donde se venden lotes desde los USD 21 000. En una misma cuadra del barrio Santo Domingo de Cutuglagua, tres viviendas se estaban construyendo.
Ahí vive Piedad Ramírez, de 52 años. Recuerda que cuando se mudó ahí, hace 15 años, solo había tres vecinos. Hoy son más de 20 y siguen llegando a raíz de la pandemia.
Tiene un par de terrenos pequeños donde siembra los alimentos para su familia. Antes el espacio era tres veces más grande, pero se fue poblando el barrio y tuvo que reducir sus sembríos.
Para Monga, ese detalle, que parece normal, puede poner en peligro la soberanía alimentaria de los habitantes. Con un menor número de espacios verdes, las lluvias han disminuido y el clima es cada vez menos favorable para la agricultura.
A esto se suman nuevos conflictos por la venta de aproximadamente 176 hectáreas de terrenos por parte de Inmobiliar a Unoric, en la estación Santa Catalina. Carvajal teme que eso provoque un problema ambiental y de escasez de los recursos que aún no tienen, como es el agua potable y el alcantarillado al 100%.
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