El mínimo ruido provocado por el hombre alerta por estos días a las aves que provienen de otros países. No es una amenaza para estas especies, pero el espectáculo que forman en el horizonte es uno de los más icónicos en la reserva La Segua, ubicada en el cantón Chone, provincia de Manabí.
Las cigüeñas, garzas, fragatas y pelícanos se elevan en bandadas como si recibieran, a modo de cortejo, a los visitantes que arriban esta temporada a ese espacio, que tiene un humedal para acogerlas cada septiembre.
Generalmente pasan dentro de los arbustos y en ese espacio silencioso posan para otros aventureros, que tratan de ser precavidos para no sacarlas de su hábitat temporal.
Es mejor analizar su plumaje, su pico, patas y otras partes mientras están tranquilas, dice Michael Ruiz, quien es biólogo en Galápagos y que estos días ha venido a la reserva para estudiarlas. Le ha llamado la atención el apareamiento entre los patos silbón canelo, una de las 31 familias de aves no paseriformes que han sido inventariadas con los años.
A esta clase de patos se los observa navegar sobre el espejo del agua y normalmente se movilizan en grupos de dos o solos.
En total, La Segua es el hábitat temporal y permanente para 164 tipos de especies entre aves, mamíferos, insectos, peces y otros.
Los investigadores Bernabét López y Paola Gastezzi concluyeron en un estudio “que se calcula que en La Segua puede existir la increíble cifra de más de 190 000 aves, lo que hace de este humedal un verdadero santuario para las aves”.
Ellos destacaron la abundancia y las condiciones ideales para la conservación de cualquier fauna.
El trabajo de estos expertos señala que el 42% de especies son aves acuáticas; 15%, migratorias desde el hemisferio norte; y 11% se encuentran amenazadas o presentan algún grado de protección especial para su conservación.
Estos dos últimos grupos llaman la atención de otros investigadores que pernoctan en la reserva. Arribaron desde mediados de agosto para asegurarse un buen lugar para hacer sus estudios. Incluso acampan para en las noches emprender en sus tareas de búsqueda de nuevas especies.
El biólogo Luis Mejía asegura que es maravilloso imaginar que luego de un largo trayecto, las aves migratorias puedan escoger este lugar para pasar un tiempo.
Dice que probablemente arriban desde Alemania, Canadá, Albania, Andorra, Armenia y otras naciones. Uno de los factores que hacen ideal a este humedal es que de cierta forma se encuentra aislado de zonas habitadas por personas.
Aislada de la ciudad
Su extensión, dentro de las 1 745 hectáreas que tiene la reserva, la aíslan de la amenaza del hombre y, por tanto, se torna un refugio perfecto para las especies, cuenta María Auxiliadora Corral, líder de un grupo de guías nativos.
Se asienta concretamente en la parroquia San Antonio del cantón Chone y está a 11,5 km al suroeste de esa ciudad manabita.
Su dependencia del río Chone también contribuye a que haya permanente corriente de agua, gracias que se encuentra en la parte alta del estuario de ese afluente, que confluye con el río Carrizal.
Apenas amanece, los investigadores aprovechan los primeros claros del día para navegar por la laguna. Van a dos kilómetros de la zona arborizada para tomar fotografías y observar con binoculares a las especies. Los guías nativos proveen de botes a los expertos y los movilizan a los sitios más concurridos por las aves.
Teresa Mendoza, otra guía, dice que con los investigadores han aprendido sobre la importancia que tienen este recurso natural.
Ellos cuidan que no se produzca una cacería indiscriminada de las especies, para que sientan que sigue siendo el lugar correcto para quedarse. Mendoza cree que el clima de este sitio las atrae.
Esta temporada de verano la temperatura fluctúa entre los 23 y 28 grados. En la mañana, el paisaje es muy nublado y permite a las especies guarecer de cualquier cambio que pudiera existir.
Las aves migratorias permanecen hasta finales de cada año en este humedal. Se calcula que unas 1 000 personas, entre investigadores y turistas, llegan para realizar avistamiento, pesca controlada y para acampar.
Los guías conservan una pequeña piscina donde realizan la cría de chames, un pescado que es aprovechado para el consumo.
Con este alimento preparan platos típicos que sirven a los visitantes. En el ingreso hay una pequeña área para conocer información de toda la reserva y también se dan indicaciones para que las personas respeten y cuiden el lugar durante su permanencia. Los turistas contribuyen con un pago simbólico para que lo mantengan.
Opciones
Entre las actividades que se pueden hacer están el avistamiento de aves, pesca, agricultura y ganadería. Guías nativos ayudan a orientar.
El humedal es un hábitat para las especies que se agrupan aves, reptiles y mamíferos. Pueden ser avistados con binoculares. Se recomienda llevarlos.
El lugar es el sustento para 100 familias, que se benefician de este atractivo promoviendo el turismo. Ellos están organizados en una asociación.