“La alegría es indescriptible”, dijo Aviva Shalit en una de sus primeras reacciones a la inminente liberación de su hijo Gilat, el soldado israelí secuestrado hace cinco años por la organización radical palestina Hamas. Varios días después, la madre se preocupa por el estado en que volverá su hijo.
Tras el anuncio, cientos de espontáneos se acercaron a la tienda de campaña en la que Aviva Shalit y su esposo pernoctaban desde hacía más de un año delante de la oficina del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Se vieron lágrimas de emoción y alivio, y a varios desconocidos abrazándose de alegría. “1934” ponía una pancarta sobre la carpa, los días que habían pasado desde que su hijo, entonces de 19 años, fue secuestrado el 25 de junio de 2006 por milicianos palestinos y trasladado a la Franja de Gaza.
La alegría convive ahora con la preocupación por las secuelas que podría haberle dejado el largo cautiverio. “En mi alegría se mezcla una buena parte de miedo. Está claro que no volverá a ser el mismo joven que vimos partir”, dijo Aviva recientemente ante periodistas. Su preocupación es justificada. Excepto sus guardias, nadie sabe cómo vivió el cautiverio Shalit, descrito como un joven tímido e introvertido.
La última señal de vida fue una video en septiembre de 2009. Pálido y con marcadas ojeras, Gilat leía en las imágenes una declaración preparada sentado en un silla: “Espero desde hace tiempo mi liberación”, decía, sin emoción. Su gesto se convirtió luego efímeramente en una sonrisa forzada. “Saludo a mi familia y quiero decirle que la quiero y añoro el día en el que pueda volver a verla”, seguía, con tono monótono.
Por último aseguraba que sus secuestradores lo trataban bien. Después de eso, no se volvió a tener más señales de vida. En los medios aparecen a menudo supuestos detalles sobre su cautiverio. Hace algunos años se contaba que estaba en el sótano de una casa sembrada de trampas explosivas cerca al paso fronterizo con Egipto de Rafah. Dos guardias lo custodian, según la versión, con los que Shalit ha trabado amistad.
Pero solo cuando el soldado esté libre se sabrá lo cierto de esas informaciones. Otros rehenes que han pasado años en manos de sus verdugos, como la ex candidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt, han hablado de las penurias sufridas durante su secuestro. Lo peor son la incertidumbre y el miedo a ser asesinada, contó Betancourt, liberada tras más de seis años por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
También otros rehenes de las FARC hablaron de fases de depresiones en las que se sentían abandonados por todo el mundo. De esos sentimientos de soledad y dependencia de la benevolencia de los vigilantes surgió en muchos casos una especie de simpatía con los verdugos. Para muchos ex cautivos es también muy duro el regreso a una vida normal. No es raro que se rompan matrimonios y amistades y que al circo mediático inicial le siga una segunda fase de soledad, esta vez en libertad. La familia de Gilat Shalit quiere intentar volver a insuflar valor y alegría a la vida de su hijo.
Los padres han preparado su casa en el pintoresco pueblo de Mitzpe Hila, en el norte de Israel, para darle la bienvenida. Han limpiado, pintado, cortado el césped y podado la vegetación. Se trata de ofrecer un pequeño paraíso a su hijo tras más de cinco años en un sótano.