No importa la hora. Cuando se avanza por la vía Cuenca-Loja, a la altura de la parroquia Susudel, siempre observará a los artesanos trabajando. En el día amasando el barro y en la noche quemando los ladrillos.
Parece que nunca descansan. Mientras moldea la arcilla en la adobera, que es un molde de madera, Samuel Iñaguazo recuerda que creció en un patio de ladrillos, donde su padre Enrique, ahora de 82 años, trabajaba casi sin pausa.
Enrique fue el primero que empezó en este oficio, hace más de 60 años. Por eso es reconocido en el cantón y evoca que en ese entonces batía el barro (tipos de tierra) con yuntas o con los pies.
Hasta hace unos 40 años eran contadas las fábricas que existían en la parroquia. Iñaguazo enseñó la técnica a vecinos y conocidos. Y así, ante la falta de tierras para sembrar, más familias se dedicaron a elaborar ladrillos.
Oña es un poblado muy pequeño, apenas de 3 600 habitantes. La mitad de ellos vive en Susudel, la única parroquia rural. Es un territorio de grandes peñascos y encañonados donde, por su especial geografía, vive el cóndor andino.
Los obreros colocan la tierra en las máquinas para que sea triturado y amasado. Así ahorran tiempo.
Es increíble cómo en este poblado tan pequeño, en la actualidad hay 110 ladrilleras artesanales. Cada una emplea, en el menor de los casos, a cuatro personas. Por lo general son miembros de la familia.
Hay mujeres, jóvenes y adultos en esta tarea. Enrique Iñaguazo ya no elabora ladrillos, pero dejó todo el conocimiento con su hijo Samuel, quien está al frente de la fábrica. Como ellos, la mayoría de fábricas pasan de padres a hijos.
El proceso de elaboración
Empieza con la preparación de la tierra, que se obtiene del mismo cantón. Es colocada en un espacio amplio donde le retiran las impurezas como piedras o basura, que pueden afectar la calidad.
Según Herman Naula, esta tierra es especial, apropiada para elaborar ladrillos y de allí su calidad. Luego la humedecen con agua y pasa al proceso de trituración y mezcla, en una máquina inventada por los mismos artesanos.
Este aparato sustituyó a los caballos y fue introducido hace unos 15 años. Con ello consiguen una mejor materia prima para los acabados, explica Naula.
Los bloques se colocan de forma ordenada en el piso plano para el secado al ambiente, por una semana.
Esa arcilla la transportan hacia los galpones donde los obreros dan forma a los ladrillos en los moldes de madera o metal. Unos utilizan guantes de caucho para aplanar el barro y otros lo hacen directamente con sus manos.
Allí queda el producto durante tres o más días, dependiendo del sol, para que pierda el 90% de la humedad. Finalmente colocan los bloques en forma de pirámide o de horno, dejando huecos por debajo para introducir la leña para el horneado.
La producción
La cocción dura de tres y siete días, a temperaturas de hasta 1 000 grados, hasta que se pongan sólidos. Luego esperan otros cuatro días para que se enfríen completamente y quedan listos para la comercialización.
El 60% de la población de Susudel vive del ladrillo, comenta Manuel Ochoa, presidente de la Junta Parroquial. Las fábricas pequeñas, como la de María Campoverde, producen unos 7 000 ladrillos al mes y las más grandes, como la de Nancy Ordóñez, el doble.
Cada ladrillo se vende a USD 0,19. “Es la principal fuente que mueve la economía y lo importante es que el dinero se queda en el cantón”, dice Ochoa. Aunque no ha servido para mejorar las condiciones de vida de los artesanos.
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