Tejidos de Manabí esperan por los visitantes en este feriado

La mezcla de colores le da un toque de alegría a las hamacas. Con sus manos tejen muebles que se llevan a todo el país. Largas horas pasan tejiendo con dedicación y entrega. Foto: Alejandra Vélez / El Comercio
Con un clima fresco, alegría entre sus habitantes y estrechas calles da la bienvenida Riochico. Una parroquia de Portoviejo, llena de historias.
Sus habitantes viven en fe y entrega a Santa Bárbara. Su templo es el centro atractivo del lugar. A tres cuadras de allí vive Doña Honesta Alarcón. Una mujer del campo, de 74 años, que recibe a todos con una amplia sonrisa.
Cuando tenía 16 años comenzó a tejer hamacas. El oficio lo aprendió de su abuela paterna. “Yo era curiosa, la veía trabajar, me acercaba a ver y salí haciendo”, cuenta con emoción.
Honesta se casó muy joven. “Yo no fui educada, mi padre trabajaba al machete y mi madre se dedicaba a la casa”. Tejiendo hamacas logró educar a su único hijo y hoy, a más de trabajar, ayuda con sus nietos.
“Hasta 15 días me demoro haciendo una hamaca”, dice Alarcón. El trabajo no es sencillo. Arma el telar en la sala de su casa. Muchas veces debe teñir los hilos de algodón que va a comprar a Portoviejo. Sus manos ya envejecidas tejen lento, pero con vocación. “Mi esposo trabaja al machete, con eso comemos, porque las hamacas ya no se venden como antes”, cuenta con nostalgia.

Sus hamacas son seguidas por extranjeros que la vienen a buscar por su habilidad y amabilidad. Ella recibe a todos con un fuerte abrazo. Teje lo que le pidan: banderas, colores específicos, diseños especiales. En Manabí la quieren y la buscan para apoyarla; aún más después de perder su casita de caña en el terremoto.
“Se las llevan para las personas de edad para que estén calientitas, para que se duerman los bebés y otros para decorar sus casas”, dice. Además, asegura que sus hamacas pueden durar más de 30 años.
En la misma provincia, en Montecristi, se tejen llamativos muebles. Algunos de los artesanos cuentan que no es sencillo, que al finalizar el día sus manos están lastimadas y con dolor.
Fabián Olguín trabajaba como albañil. Luego de perder su empleo se animó a aprender a tejer muebles. “Los manabas somos sin miedo y toca por la familia”, cuenta. Tiene 8 años en esta labor y así logra mantener a su familia.
“Esto es un arte y hay que ser detallistas”, dice mientras teje una silla.
Con 19 años de edad, Oswaldo Barcia también teje muebles. “Es cansado porque hay unos que toca tejer de pie, pero es lindo el trabajo, todos aquí me enseñaron “. Él decidió aprender para generar sus propios ingresos y hoy forma parte de esta labor que se ha convertido en identidad manabita.
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