‘Rabia’ -obra de teatro inmersivo del director ecuatoriano Sebastián Cordero- estrena su segunda temporada en el Museo Muñoz Mariño, en el centro de Quito. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO
Aunque apenas han pasado algunas semanas desde su primer encuentro, entre José María y Rosa -él, albañil; ella, empleada doméstica– ha germinado un vínculo. Están tan enamorados que se creen capaces de todo. Pero la violencia termina por transgredirlos; los confina solos pese a que, sin saberlo, están a centímetros de distancia.
Así parte ‘Rabia’, la nueva propuesta teatral del director ecuatoriano Sebastián Cordero que despliega su segunda temporada hasta el 15 de febrero del 2020. De la obra literaria del novelista argentino Sergio Bizzio (2004) que el cineasta llevó al cine en el 2009, este tercer formato es aún más demoledor: el espectador rompe barrera y se convierte en coprotagonista.
‘Rabia’ no evoluciona en un escenario teatral convencional ni en un solo ambiente. Sucede en los recovecos de la calle Junín, en el Centro Histórico de Quito, donde se levanta el Museo Muñoz Mariño. Allí, antes del ensayo final, Cordero afina las posiciones del elenco actoral, reubica geranios y desentraña las locaciones de la casona patrimonial. Es martes por la tarde y la lluvia comienza a escucharse sobre el techo.
Para quien no se ha internado en el teatro inmersivo, lo que sucederá después de que las luces se apaguen y Sombras -el pasillo de pluma mexicana y musicalización ecuatoriana en la voz de Julio Jaramillo-marque el inicio de la obra, la experiencia se trata de dejarse llevar. Lo que presenciará no es la misma atmósfera que en la versión cinematográfica de ‘Rabia’, a la cual Cordero agregó otro valor: la migración en España. Para esta adaptación, en cambio, el director volvió al libro de Bizzio. “Es un conflicto de clases y cómo, justamente, la invisibilidad se da a través de esas clases que son incapaces de mirarse”, cuenta Cordero.
En la película, la claustrofobia es extenuante. Tras un episodio de violencia desenfrenada, José María se refugia en la casa de élite donde Rosa labora a la merced de Edmundo Torres y Elena de Torres. Y desde allí, en las sombras, lo observa todo. En la versión teatral, el público se convierte en otro José María. A veces, observando desde la oscuridad, irradiado de ira por los abusos sexuales que sufre Rosa a manos de Álvaro, hijo de la familia Torres.
Los detalles suman, porque en ‘Rabia’ no solo se observa, sino que se siente. Todo importa: la concentración de los actores que llegan a estar a 50 centímetros de los visitantes, la posición de cada objeto, la perspectiva de los públicos que son repartidos en dos grupos. Lo que plantea la obra, dice Cordero, es que el espectador sea como una especie de cámara que “mira la escena desde distintos lugares. Aquí podrías tener más de 50 puntos de vista y yo lo que trato es ubicar al público donde hay un planteamiento visual más interesante, donde se juega con elementos de luz y sonido para reflejar lo que está pasando desde la perspectiva voyeurista”.
‘Rabia’ habita los espacios del Museo Muñoz Mariño, ubicado en el centro de Quito. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO
Con voyeurismo, Cordero, se refiere a la conducta humana del mirón que puede hallar placer, dolor, ira… sin ser visto.
Sobre las ‘tablas’, los personajes no solo están definidos por el guion y la dirección, sino que también se estructuran con el aporte de cada intérprete. En esta obra viva, que no se beneficia por las postediciones del cine, las actuaciones son contundentes. El José María del actor Alejandro Fajardo llega a generar, en ocasiones, empatía. Su declive es notorio: el estado de la salud mental se refleja en las ciernes de un cuerpo desnutrido que ya no puede respirar.
La actriz quiteña Carla Yépez, en cambio, le da un nuevo matiz a Rosa. Sí, sufre una serie de abusos pero su conversión de la sumisión a la sobrevivencia, mientras en su vientre crece el hijo que engendró con ‘María’, es conmovedora. No permite que los episodios de violencia la definan; es resiliente. A la vez, Cordero no deja de poner en escena la crudeza de la violencia sexual y las relaciones de poder, de querer poseer.
Carla Yépez (Rosa) y Alejandro Fajardo (José María) protagonizan ‘Rabia’. Foto Julio Estrella/ EL COMERCIO.
Cordero, además, acierta en incluir a Alfredo Espinosa -uno de los actores más versátiles que tiene el país- como el doctor Edmundo Torres. Ha dejado la pasividad y apatía que reflejaba su personaje en el cine. En el escenario central, el intérprete despierta al espectador con un ‘performance’ poblado de ironías, que indignan en ocasiones, aunque, hay también halos de contradicciones cómicas. Pero no pasa indiferente.
El elenco se complementa con la abnegada Elena Torres, llevada a la vida por la mexicana Itzel Cuevas. Diego Ulloa deja su corte cómico de Enchufe TV para dominar el registro dramático e interpretar a Álvaro, el agresor de la trama. El artista guayaquileño Lucho Mueckay es convocado por Cordero para presentar tres personajes: un vendedor de gas que normaliza el acoso sexual como ‘piropos’, un detective imponente y un fumigador eficiente.
Mientras la obra se desarrolla, el espectador puede percibir a un personaje silente que va hilando la historia: la casa. La atmósfera de deterioro que se disfruta en el Centro Histórico es el suelo firme en el que José María y Rosa son aislados. “Hay ciertas cosas, cierta información que solo te enteras si estás de un lado. Más adelante, claro, sabes lo que ocurrió. La trama está clara, sí. Pero hay momentos particulares dónde el público tiene otra percepción que depende de si se está con José María o Rosa”, dice Cordero.
‘Rabia’ también se disfruta en los silencios. Hay en ellos una magia que surge incluso en la interacción que nace entre el público. Cuando las luces de los guías -titilantes, rojas y azules- indican que es momento de cambiar de escena, las miradas se cruzan. Hay rostros preocupados, otros, al borde del llanto.
Íntimos y dolorosos. Así son los momentos de mayor impacto en ‘Rabia’, de Sebastián Cordero. Foto: Karol Noroña/ EL COMERCIO
Para Cordero, la dirección teatral se convirtió en un reto que ha logrado dominar pero no deja de contemplar más búsquedas. Es que, dice, el hacer teatro inmersivo le ha dado una práctica inmediata. “Veo resultados esa misma noche y siento -a nivel de oficio– que me encanta. ‘Rabia’ es una obra que se redescubre y gana al volver a ser vista”, relata el cineasta.
Mientras tanto, en el salón principal del Muñoz Mariño, José María y Rosa han llegado a su final. ‘María’ solloza, pide perdón. Sombras, ya en la voz de Chavela Vargas cantándole al espectador, comienza a resonar. Rosa -una sobreviviente de la violencia, del abuso- responde con un abrazo. Y deviene el inevitable pasaje final del libro de Bizzio. Demoledor.
Las luces se apagan y, entre la multitud, un hombre suelta: “Gracias por el viaje, Cordero”. Una ola de aplausos cierra la velada.
El ‘crew’ de Rabia
El equipo de la obra está conformado por: Sebastián Cordero (director), Arnaldo Gálvez (productor ejecutivo), Karen Cárdenas (productora de campo), Alejandra Fernández (asistente de dirección), Gabriela Carrión (asistente de producción), Flavio Hernández (asistente de producción de campo). Logística: Sebastián Veintimilla, Dayanara Saltos, Alexander Pereira, Doménica Zurita, Isaac Torres y Sebastián Bedón, Rachel Proaño, Mike Bernardi, Claudia Andrade, Sebastián Aldaz, José Ignacio
Sierra, Alejandro García y Camila Freire.
Elenco:
Alejandro Fajardo, Carla Yépez, Itzel Cuevas, Lucho Mueckay, Alfredo Espinosa y Diego Ulloa.
Las funciones:
De jueves a sábado hasta el 15 de febrero. La entrada para el público general cuesta USD 25; para estudiantes, USD 18. Si desea hacer una reservación para ver ‘Rabia’, puede llamar al 0994693323,
Dirección:
Museño Muñoz Mariño Museo y Galerías, Junín E2-27 y Almeida, Barrio San Marcos, en el centro de Quito.