La obra ‘Rabia’ de Sebastián Cordero se presenta en la casa Muñoz Mariño

El elenco, durante un ensayo con público en la casa museo Muñoz Mariño, en Quito.

El elenco, durante un ensayo con público en la casa museo Muñoz Mariño, en Quito.

El elenco, durante un ensayo con público en la casa museo Muñoz Mariño, en Quito. Foto: Julio Estrella / El Comercio

Del libro al cine y de la pantalla al teatro, ‘Rabia’ tendrá su primera temporada en Quito. Sebastián Cordero debuta en la dirección teatral con esta obra, que se presentará en la casa museo Muñoz Mariño, del 16 de enero al 23 de febrero del 2019.

“Como director de cine siempre he tenido una fascinación por el teatro”, dice Cordero sobre un proyecto en el que conjuga ambos lenguajes para dar forma a una experiencia escénica inmersiva, en la que el público debe desplazarse dentro y fuera de la casa para ver o escuchar las escenas.

Después de una temporada de estreno en la Casa Cino Fabiani, en Guayaquil, ‘Rabia’ llega a Quito, para ocupar los pasillos, escaleras, patios y habitaciones de la casona colonial, que temporalmente ha dejado de ser un museo y galería para convertirse en teatro, escenario y personaje de la obra. Previo al estreno, el director requiere de un ensayo con público para ajustar detalles técnicos y escénicos.

Rabia’ narra la historia de un amor imposible entre dos personajes de la clase proletaria, que se enfrentan a distintos tipos de confinamiento a partir de una tragedia impulsada por los celos, la violencia, la sumisión y el abuso de poder.

La noche del ensayo, en el interior de la casa, más de una veintena de personas limpian la vajilla, preparan comida, acomodan muebles, separan ropa, taladran paneles, prueban luces, barren pisos, cierran puertas y abren puertas.

Por su lado, los actores se prueban el vestuario, repasan los diálogos y empiezan a transformarse -física y emocionalmente- en sus respectivos personajes.

Alejandro Fajardo repite como José María, obrero y novio de Rosa, interpretada por Carla Yépez, empleada doméstica al servicio de los señores Torres, a los que dan vida Itzel Cuevas y Diego Naranjo.

“Hasta ahora no he visto la película, lo que me permite entrar en el papel sin sesgos”, dice Naranjo sobre un personaje sin escrúpulos que se esconde bajo una máscara de falsa integridad.

Durante la obra, Luis Mueckay se convierte en vendedor de gas, exterminador de plagas y detective de la Policía, como una especie de intruso circunstancial en la vida familiar de los Torres.

Orlando Herrera cambia de registro, de la comedia que domina en Enchufe Tv hacia el drama, para meterse en la piel de Álvaro, el perverso y haragán hijo de los Torres. “Es un desafío interpretar a un personaje que odias”, dice el actor que afronta su primer papel en una obra de teatro.

Cuando llega la hora del ensayo el trajín de la casa da paso a un silencio sepulcral. En la entrada, el público invitado se divide en dos grupos, dirigidos por guías. Unos se acomodan en los muebles y pasillos de la planta baja, otros se arriman en el balcón del segundo piso que rodea el patio central de la casa.

La idea, dice Cordero, es experimentar con el movimiento y la perspectiva del público, que, en esas circunstancias, se integra a la obra como un voyeur, que presencia cada escena como un plano secuencia.

“Con el público tan cerca no se puede dejar de percibir la ansiedad y angustia de las personas paradas al lado tuyo”, dice Fajardo sobre la modalidad que adopta la representación, en la que a veces tiene que abrirse paso entre la gente para no interrumpir la acción.

El galanteo del vendedor del gas con Rosa, las escenas de celos de José María, las discusiones de los señores Torres, la humillante sumisión de Rosa, la agresión física y moral de Álvaro contra ella y las consecuencias de una rabia contenida suceden frente a los asistentes que contienen el aliento, desvían miradas y susurran improperios mientras se pasean en la casa como un fantasma que, tal vez, no quisiera ver ni saber demasiado.

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