El dictamen del tribunal de casación que condena a Correa y los suyos, dividió a los ciudadanos entre ganadores y perdedores. Era inevitable en una sociedad que convierte todo en competencia. Pero no todos saben perder ni todos saben ganar.
Un viejo refrán dice que hay que aprender a perder antes de saber jugar. No tiene caso detenerse en las exageraciones de los ganadores, pero algún caso hay que señalar para comprobar que todavía vemos vestigios de la costumbre bárbara que consideraba incompleta la victoria si no humillaba al vencido. Muy comprensible en nuestro caso en el que las víctimas del caudillo sufrieron injusticias, daños y vejámenes.
Cartas a Correa, escritas en estilo correísta, parecen exageradas. Calificativos y expresiones que delatan odio o afán de venganza, desdibujan la entereza y dignidad de las víctimas. Es probable que aquellos que más dudas tenían en la ratificación de la sentencia, hayan sido los más ruidosos en la victoria; pero es sorprendente que vean heroísmo en los jueces aquellos que los denostaban hasta la víspera y, anticipándose al fallo, les acusaban de venderse por dinero sucio.
Los jueces simplemente cumplieron su deber. Aunque siempre habrá quienes sospechen que los jueces han sido sobornados y siempre habrá jueces que cobren para dictar sentencias. Habrá también, para salvar a la justicia, jueces justos, sabios y correctos. Los ciudadanos y los jueces necesitamos de una virtud designada con la palabra discreción, que tiene ricos significados. En el juez, la discreción es la habilidad de elegir dónde, cómo y con qué severidad debe ser sentenciada la persona que ha sido encontrada culpable.
En el ciudadano, discreción es la actitud del que hace, dice o piensa algo procurando no cometer ligerezas o imprudencias. Es actuar como autoridad y como juzgador de uno mismo; obrar y hablar con mesura y cuidado.
Los sentenciados reprochan a los jueces por haber dictado el fallo en tiempo récord. No son culpables los jueces que cumplen los plazos de la ley sino los indolentes que mantienen juicios de casación por cuatro, cinco o diez años.
La discreción del Gobierno, en este caso, es comprensible pues los condenados le acusarán de haber presionado a los jueces para impedir que el caudillo participe en las elecciones. Los jueces tuvieron la discreción para entender que la justicia que tarda no es justicia. Lo que está ocurriendo en Argentina estaban replicando aquí: la pretensión de llegar al poder para cambiar jueces independientes por jueces complacientes para archivar los casos de corrupción y poner en vergüenza a la política y a la justicia.
El kirchnerismo obtuvo prisión domiciliaria para Lázaro Báez, uno de sus cómplices; cuando iba a la casa, el vehículo policial fue interceptado por decenas de vecinos y tuvieron que regresarlo al penal de Ezeiza.