De “medio loco” trató Moreno a Correa hace unos dos años. Usó entonces el calificativo, no para describir una anomalía patológica en su predecesor y amigo, sino para explicar la irracionalidad que era cada vez más evidente en Correa. Más que censura, el adjetivo buscaba disimular la gravedad de los dichos y hechos de una persona que, ocupada en su propio envanecimiento, había infligido al pueblo un daño que, grande como ya aparecía, apenas era la parte visible del iceberg de la subyacente corrupción.
Ahora, el tildado de medio loco, parece haber perdido la otra mitad que de cordura tendría: se presenta de cuerpo entero desde Bruselas y protagoniza episodios que suscitan los más severos juicios. Sigue perfeccionándose en el uso del agravio y, a los 150 que formaron parte de la primera entrega, ha añadido los de “traidor e inepto, farsante, hipócrita, ignorante y cuántico”.
Dice del Presidente Moreno que “siempre” fue corrupto y encubridor y se desdice al quejarse de no haberlo conocido bien. Acude a ciertos juicios positivos emitidos por Moreno sobre su gobierno -que necesariamente han tenido que variar al irse descubriendo la inimaginable metástasis del cáncer correísta – y le acusa de tener una doble moral y ser la encarnación del demonio, la esencia de la maldad, la traición, la corrupción. Olvida que a Moreno le dedicó los más superlativos elogios y no llega a percibir que el argumento para atacar sus cambios de opinión es una espada de doble filo con la cual simultáneamente se hiere. Ahora Moreno es traidor y corrupto y poco antes fue el ecuatoriano llamado a salvar al país. Correa se atribuyó el éxito de haberlo llevado a la Presidencia y ahora, sin ruborizarse, dice estar recién conociéndolo.
Excusas parecidas ha esgrimido al hablar de quienes fueron sus más cercanos colaboradores, ahora inmersos en los episodios de corrupción que en todas partes salen a la luz. Niega haberlos conocido, dice haberlos apenas visto en ocasión que no recuerda. Quien tenía todo bajo su control personal y directo y semanalmente engañaba al pueblo dándole una encubridora cuenta de hasta sus más mínimas obras, ahora se proclama perseguido.
La campaña de desprestigio que realiza Correa desde Bruselas ciertamente no afecta solo a las personas a las que agravia y acusa: ¡hace daño al Ecuador entero! La incapacidad de actuar pensando, no en su bien personal o el de su ideología, sino en los intereses permanentes de la nación, profundizan el abismo en el que ha caído.
Y sigue así, usando la tergiversación, el insulto, el sofisma y la excusa falaz para ensalzar su conducta y denigrar la ajena. ¿Encontrará ahora, el presidente Moreno, razones suficientes para aceptar que cuando dijo que Correa era “medio loco” no dijo sino la mitad de la verdad?