Nueve años atrás, en noviembre de 2008, el presidente, Rafael Correa, esbozó por primera vez una idea de lo que quería de su política exterior. A propósito de críticas por su asociación con la Rusia de Putin, dijo que -en efecto- su política exterior consistía en ver hacia otros lados, no a los mismos de siempre (Europa, EE.UU. Japón). Y sentenció: “200 años de eso, ¿qué hemos logrado? ya era hora de ver para otro lado. A lo sumo, si estuviéramos equivocados no tenemos mucho que perder, si no hemos logrado nada mirando a los mismos de siempre…” El augurio se ha cumplido y con creces. La visita del presidente chino Xi Jinping con un paquete de 150 millones no reembolsables es realmente la cúspide del largo camino emprendido por el gobierno de la Revolución Ciudadana para apartarse de todo lo que signifique el sistema internacional occidental y los principios que lo rigen. Lo increíble y preocupante, tras casi 10 años en ejercicio, es que el Presidente Correa todavía diga que “Al otorgar financiamiento, China prioriza la no interferencia, y la no condicionalidad. El apoyo de China es un apoyo desinteresado”. Todos sabemos que en la política internacional no hay amistades sino intereses; no es necesario insultar la inteligencia de los ecuatorianos cuando todos saben cuan grande es la deuda con China (según cálculos conservadores supera los USD 8 000 millones). Lo que no se dice es que la deuda está pactada a tasas de interés tan superiores al promedio de lo que podríamos lograr con los organismos multilaterales como el Banco Mundial o el FMI que -al final- esos 150 millones a China le salen casi gratis.
La visita de Xi Jinping es en verdad histórica. Ecuador es el único país en Sudamérica, junto con Venezuela, que prefirió convertirse en estado tributario chino en lugar de equilibrar la dependencia económica o comercial con Estados Unidos. Eso sin contar con la consolidación de la alianza con Rusia en varios frentes y tras haberles ayudado a elegir a su mejor aliado en Occidente. ¡Felicitaciones!
Sí había estrategias progresistas lúcidas posibles. La mayoría de países con democracias y economías de saludables tratan de cultivar un amplia base de aliados internacionales de varios tintes ideológicos y capacidades financieras. No, no estoy hablando de los mismos de siempre, sino de países hermanos como Chile, Colombia, Uruguay, cuyo prestigio es impecable y cuya diversificada capacidad de relacionarse ha impulsado su desarrollo económico y respeto internacional, a pesar de haber tenido un pasado tortuoso o poco notable. Esta diversificación comercial, política, diplomática es lo que les permite ser más autónomos, soberanos y solventes en el sistema internacional. Alianzas como las conseguidas sólo reviven la vieja dependencia sólo que del otro lado: ahora somos parte de esta Liga No-oficial de Estados Anti-democráticos que ni siquiera son tecnológicamente de avanzada.