En la arquitectura, la concepción bipolar (sí-no; blanco-negro; individuo-grupo) primó por mucho tiempo. Y aún tiene fuerza.
Por un lado, siempre estuvieron los defensores a ultranza de la libertad artística para mostrar y demostrar la genialidad. ¿Cómo? Levantando ingenios que dejen a la gente ‘con la boca abierta’.
Por otro, aparecieron los arquitectos que dieron preeminencia a los problemas más acuciantes del urbanismo y las metrópolis: la pobreza, el subdesarrollo, la marginalidad… Para darles la mejor solución, desde luego.
El precio que pagaron los primeros fue la irrelevancia. Pero para disimularla inventaron la estrategia del ‘shock’; del gran impacto visual.
Los segundos, en cambio, se transformaron en economistas, sociólogos o administradores para ocuparse de la arquitectura para el pueblo.
Y claro, ambos trabajaban en soledad o con muy pocos colaboradores.
La tendencia actual muestra un giro importante. Como en el Renacimiento, la arquitectura se llena de talleres donde las ideas fluyen y se plasman entre muchas cabezas. Y abarcan desde la arquitectura de gran aliento hasta la vivienda social.
Ejemplos abundan en el país. Al Borde, MCM+A, Barro Viejo… Los tres anteproyectos seleccionados por el CAE-P como finalistas de la nueva Universidad Amazónica Ikiam, promovida por el Ministerio de Coordinación de Conocimiento y Talento Humano, son otros paradigmas.
De los tres; dos fueron productos de la interacción de grupos numerosos (nueve miembros cada uno). Talleres que incluyeron hasta antropólogos, nativos de la Amazonía y médicos.