Víctor Vizuete. Editor vvizuete@elcomercio.com (O)
Es idiosincrasia quiteña y, extendiéndonos más, ecuatoriana: somos ‘fachadistas’. Una sentencia de los abuelos decía, medio en serio y medio en broma: por fuera, ananay; por dentro, atatay.
Eso mismo es lo que sucede con muchos equipamientos y edificios de la capital; especialmente los ubicados en el Centro Histórico de Quito.
Por fuera se les nota, aunque no flamantes, en buen estado. Por dentro es otra cosa: es como pasar del cielo al infierno con solo atravesar los clásicos zaguanes.
¿Exagerado? Pues solamente dese una vueltita por La Merced, San Roque, La Tola o San Sebastián. Ingrese en los inmuebles que pueda o le dejen y comprobará que no es mentira: que tras la fachada se esconde un mundo con muchas carencias y cero estética. Bastantes de esas antiguas y señoriales casonas se han transmutado en un sinfín de minibodegas y cuchitriles que sirven de tugurios para personas de escasos recursos, muchos migrantes. En esos antros que no poseen sino uno o dos baños para 10 y más familias, las palabras comodidad e higiene son extravagancias.
Claro que hay viviendas que son el polo opuesto y una muestra de que sí se puede vivir con holgura y dignidad en esa zona.
Varias fueron recuperadas por el programa municipal ‘Pon a punto tu casa’. Este tenía un determinante: recuperar esas casonas para dotar de vivienda digna y asequible a quienes decidían regresar al Centro.
Y no solo las viviendas dan mala impresión. El martes pasé por la calle Mideros y observé el pasaje que daba a la excalle Ipiales. Lo que vi me conmovió: en medio de la ¿calle? se levanta una ¿estructura? de cemento que obstaculiza el paso.
Otra de las tareas para la nueva administración.