El turismo es la opción de Tunibamba

El lugar ofrece una vista privilegiada del Cotacachi. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO.

El lugar ofrece una vista privilegiada del Cotacachi. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO.

El lugar ofrece una vista privilegiada del Cotacachi. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO.

La comuna indígena de Tunibamba de Bellavista, en Cotacachi (Imbabura), hace honor a su nombre.

Desde esta localidad, situada en la parte baja del cerro Cotacachi, se observa un paisaje privilegiado, en donde sobresalen parcelas agrícolas y el volcán Imbabura.

Tunibamba ganó fama en la región por la instalación de varios hornos en donde se fabrican ladrillos, para el sector de la construcción.

Como una alternativa, varias familias del lugar vieron en la actividad turística una oportunidad para generar una fuente diferente de ingresos.

El recorrido por la comunidad es una de las opciones que ofrecen. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO.

Así han surgido sitios de alojamiento y restaurantes. También los viajeros visitan los talleres artesanales.

Desde el año pasado, la Granja Samay (aliento, en español) se abrió al público. Este sitio, que tiene una extensión de dos hectáreas, ofrece servicio de alimentación, ceremonias de temazcal, cabalgatas y un sitio para acampar.

La fascinación por los peces impulsó a Damián Morán, propietario de Samay, a implementar un criadero de tilapias, con técnicas ecológicas.

El emprendedor kichwa explica a un grupo de visitantes de Santo Domingo de los Tsáchilas, que alimenta a los peces con plantas como lentejas de agua. Casi no usa balanceado.

El sabor de la carne de los peces es diferente, asegura Sofhia Cadoux, esposa de Morán. La especialidad de la casa es la tilapia frita o al vapor.

Esta ciudadana estadounidense llegó hace nueve años a Tunibamba como turista y se quedó maravillada de lugar.

La pareja trabajó dos años en Taiwán y uno más en España, para reunir dinero. Luego retornaron a Cotacachi y crearon el centro turístico. Les encanta conocer diferentes culturas, comenta Cadoux.

Otro de los lugares preferidos por los viajeros es Loma Wasi, una casa de huéspedes cuyos anfitriones comparten su estilo de vida andina con los turistas.

En la fachada del inmueble se destacan dos murales. Uno representa a una mujer indígena que carga en su espalda a un niño, mientras con la mano derecha sostiene una mazorca de maíz. El volcán Imbabura completa la escena. El otro mural está inspirado en un campesino labrando la tierra.

Este emprendimiento familiar se inició hace una década con una habitación y ahora posee dos más. Tiene capacidad para acoger a seis personas.

Digna Burga arregla las habitaciones para los nuevos viajeros. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO.

Isabel Muenala, representante de Loma Wasi, explica que trabajan con varios sitios webs como TripAdvisor, Airbnb, Booking, que ofrecen información sobre diferentes ofertas a los turistas.

A Mario Muenala, patriarca de esta familia, le gusta guiar a sus huéspedes por la comunidad y por varios atractivos, como el Templo del Sol y la vertiente Sara Warmi.

En esta última, los kichwas realizan el baño de purificación que se practican en la época de la Fiesta del Sol.

Durante los recorridos, el campesino le gusta relatar la historia de cómo la antigua hacienda pasó a manos de 67 comuneros de Tunibamba.

También, narra leyendas como la del romance que mantenía el volcán ‘Mama’ Cotacachi con el ‘Taita’ Imbabura.

El costo de hospedaje es de USD 13 e incluye el desayuno. Este consta de una torta de huevo con hojas de acelga o de remolacha, una ensalada de frutas locales como uvillas y frutilla; café y tortillas de harina de maíz cocidas en un recipiente de barro.

Mientras que para el almuerzo hay un menú variado. Hay sopas de quinua, arroz de cebada, trigo, y colada de maíz. También se ofrece un plato de arroz con camote en salsa de pepa de zambo y pollo.

Pime Hudré, de Suiza, que visitó el sitio el 8 de junio pasado, comentó que fue una experiencia diferente en su viaje. Le agradó la comida y la habitación y el paisaje de la serranía.

Hay comuneros que han tenido experiencia en la acogida de turistas. Una de ellas es Digna Burga. La mujer pone en práctica los conocimientos que adquirió con una agencia de viajes comunitaria.

En su casa, situada en la zona baja de la parcialidad, adecuó tres cuartos para alojar a los viajeros que cruzan por este sector. El anterior fin de semana arreglaba las habitaciones porque esperaba la llegada de un nuevo grupo de huéspedes.

Sonríe al recordar que en su vivienda se han hospedado viajeros de Estados Unidos, Francia, Italia, Perú, Colombia, entre otros. “A los turistas le gusta conocer más sobre nuestra cultura”.

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