La familia de América sigue trabajando en el taller de la comuna. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.
El taller donde dio forma al pegajoso barro sigue como lo dejó. Hasta marzo pasado América Orrala Suárez elaboró las ollas y vasijas como sus antepasados le enseñaron.
Esta mujer menudita, de piel cobriza, custodió por años una antigua técnica de alfarería que heredó a sus hijos y nietos en la comuna Santa Rosa de El Morrillo, en Santa Elena.
“Es un trabajo que toma días. Hay que sacar el barro de la montaña, remojarlo, darle forma y cocerlo. Ella lo aprendió de sus padres y nos enseñó a nosotros”, recuerda Maura Suárez, una de sus hijas, mientras recorre el rústico taller.
Patricia León ayudó a desempolvar ese conocimiento en el 2004, cuando lideró proyectos de responsabilidad social en el bloque petrolero de la Escuela Politécnica del Litoral en Ancón. “En las primeras reuniones convocamos a los mayores de 70 años. En ese tiempo vivían del pastoreo de chivos y de la piedra que sacaban de los cerros, pero luego nos contaron que antes fueron tejedores de toquilla y había una ceramista: América Orrala, la lideresa de la comuna”.
Desde entonces su vida quedó ligada a El Morrillo. Como artista plástica, León se interesó por hurgar en aquella técnica y acompañó a doña América a la montaña, a buscar la materia prima. “No es una cerámica preciosista -aclara-, es utilitaria. No es para adorno, aunque las usaban como ollas encantadas. Eran siete días de trabajo que se quebraban en segundos”, rememora.
Entonces se propuso recuperar este saber, aprendiendo la tecnología ancestral y buscando multiplicadores en la comunidad. Y pensó en los niños y los adolescentes.
León guarda las fotos de 15 años atrás. Muchos de esos pequeños ya crecieron y ahora son los herederos de América.
Maura e Inocenta, hijas de la ceramista, atesoran cada paso en sus mentes. En un rincón del taller está la tierra seca, que arrancan con picos y barretas. Su solidez desaparece al remojarla por hasta cuatro días.
La mezcla es amasada por horas sobre tablillas, hasta eliminar las impurezas. Solo así estará lista para tomar forma de cazuelas, tiestos rectangulares, vasijas con rasgos de animales, diminutos jarrones…
“No usamos químicos, solo barro, agua y las piedras que recogemos del mar para pulir. También usamos tapitas de ungüentos para el raspado”, dice Inocenta sin dejar de frotar una olla aún cruda. El tiempo va cambiando el color del barro. La masa grisácea del principio va mutando hasta cobrar un tono café, un tanto rojizo.
La cocción es, quizá, lo más sorprendente del ritual. Sobre la tierra se arma una cama con estiércol de vaca reseco y leña. Cuando el fuego crece las ollas son colocadas para que ardan por entre 30 y 40 minutos.
“En cocinas de leña y gas funcionan muy bien; en las de inducción aún no hemos probado -dice Maura entre risas-. Los extranjeros son los más apasionados por estas vasijas, también tienen acogida en Guayaquil. Pero aquí en Santa Elena hay poco interés”.
La investigadora Patricia León atesora un tazón redondo, hecho por doña América en 2004. Eduard Domínguez recuerda que hizo su primera olla a los 13 años, cuando amasar el barro era casi un juego.
El ahora chef profesional está convencido del valor cultural de la técnica de la ceramista de El Morrillo, estrechamente conectado con la alimentación ancestral de esta comuna.“El barro concentra el calor y eso aporta a la conservación de los sabores y aromas en platos tradicionales como la cazuela y el maseado de mariscos. Cada vez estoy más convencido de dejar las ollas de metal”.
En el 2013, América Orrala fue reconocida como custodia de saberes por el Ministerio de Cultura. Ante esta Secretaría se presentó una propuesta para la producción demostrativa de comida ancestral en ollas de barro, un proyecto que está a la espera de fondos.
Así esperan mantener vivo el legado de la ceramista. La lideresa de El Morrillo falleció el 1 de marzo, a los 89 años.