Auxiliadora Andrade tiene 32 años y es licenciada en Educación Parvularia. Ejerce la docencia desde hace nueve años y en 2016 aplicó para obtener un nombramiento definitivo en el magisterio fiscal.
En este ciclo escolar es docente de inicial dos de la Escuela de Educación Básica Teodoro Wolf. Previamente estuvo a cargo de primero de básica.
Ella cuenta su testimonio sobre su trabajo:
“Cuando los estudiantes no pueden conectarse para las clases virtuales, tenemos la tarea de llegar a ellos. La pandemia se ha ido controlando, pero no ha terminado. Del mismo modo, las necesidades de nuestros estudiantes siguen vigentes. Para los docentes de zonas rurales, la prioridad es que la educación de nuestros niños no se detenga por la crisis sanitaria.
Soy docente parvularia. En este ciclo escolar (del régimen Costa) tengo a mi cargo 22 estudiantes de inicial dos, de la parroquia San Lorenzo, de Manta, aunque yo vivo en Chone.
No todos mis niños se pueden conectar conmigo los martes y jueves para las clases sincrónicas que tenemos en modalidad virtual. Ocho de ellos no tienen un dispositivo para hacerlo, aunque en el GAD parroquial tienen acceso al servicio de Internet comunitario de la zona.
Todos los lunes o martes salgo de mi casa a las 06:00. En mi vehículo recojo a una compañera en Montecristi y a otra en Manta. Juntas partimos hacia la escuela. El trayecto es de una hora y media hasta la ciudad; y media hora más a la parroquia.
Es una forma de apoyarnos, pues muchos docentes hacemos lo mismo en mi provincia (Manabí). Mis compañeras me ayudan a cubrir el costo de la gasolina y yo evito que vayan en transporte público. Ahora nos preocupa que desde el segundo quimestre tendremos que asistir todos los días, lo cual representa para mí USD 50 a la semana en gasolina.
Antes de la pandemia me compré un auto de segunda mano para viajar a diario a mi institución. Ir en bus implicaba salir más temprano de mi casa, pero -como muchas docentes que son madres de familia- tengo que dejar la comida lista para mis dos hijos, de 12 y 10 años.
Coordino con los padres de familia cuándo haré las visitas, porque a veces están en otras actividades. Las madres, por ejemplo, ayudan a sus esposos en la pesca. La mayoría de familias se dedican a eso en la zona.
Les aviso porque en el nivel inicial necesitamos la presencia de un representante, quien hace las tareas con los niños. Cuando llego al hogar del alumno, primero le pregunto cómo se ha sentido, si se ha enfermado… Le digo ‘acerquémonos a la ventana para ver si nos visita el señor sol’. Así pierden el miedo.
Entonces, le pregunto si hace calor o frío y qué ropa usamos en ese clima. Su respuesta ya implica el desarrollo de habilidades propias de su edad. Así que, enseguida, empezamos el tema que planifico para la visita, con un video, una adivinanza o un cuento corto; y luego vamos desarrollando actividades.
Cuando termino les hablo de los temas anteriores, como refuerzo. Son unos 30 a 45 minutos en cada casa, según el estado de cada niño. Si yo veo que alguno necesita, por ejemplo trabajar más un color, un número o una figura, realizo refuerzos adicionales.
En las visitas, algunos niños se sienten cohibidos, otros alegres. Me abrazan, pero lo evito porque en esta pandemia aprendimos a dejar de saludar así. Es raro, porque yo siempre les he dado cariño a mis estudiantes.
Los docentes que hacemos este trabajo tenemos la responsabilidad de cuidarnos. Con eso cuidamos a nuestras familias y también a los niños. Cuando llego a una casa, pasa seguido que los niños se quitan la mascarilla, dicen que se ahogan mientras hablan. Entonces, nos ocupamos de recordarles la importancia de usarla.
Para mí ha sido un reto llegar a ellos, impartir las enseñanzas, porque no todas las mamitas saben cómo proceder con los niños y realizar las actividades con ellos . A veces nos dicen “esto es puro juego”, pero así aprenden los niños, con una canción, con una ronda, con una adivinanza.
Sin embargo, me gusta que a mis niños sus mamitas les han hecho el rincón de estudio, con su sillita y su mesa para que estén cómodos.
No podemos parar, porque esta etapa es crucial. Es importante que los niños desarrollen su motricidad fina para que en primero de básica tomen su lápiz y empiecen a escribir.
Este no es un trabajo individual, sino colaborativo. Las parvularias de las zonas rurales de Santa Marianita, Santa Rosa, Las Piñas, San Lorenzo y Pacoche, por ejemplo, tenemos un círculo de aprendizaje. Nos conectamos dos veces al mes y planificamos las actividades, debatimos resultados y conversamos sobre las situaciones que atravesamos.
Cada docente vive experiencias complejas al visitar a sus estudiantes, pero ellos nos ayudan a salir de ellas. Cuando empezaba mis visitas, por esquivar un hueco en la vía Manta-Rocafuerte, me caí en la cuneta. Por suerte, unas personas me ayudaron a sacar el carro; yo me asusté mucho.
Pienso que cualquier maestro es capaz de esto. En el caso de mi institución, nuestro director vive en la parroquia, pero todos mis compañeros docentes viajan desde Manta y otras zonas a buscar a sus niños”.
Las visitas son estratégicas
Los docentes rurales de sostenimiento fiscal, que realizan visitas a hogares, cuentan con el llamado Plan de Continuidad Educativa, que incluye fichas pedagógicas y exige comunicación permanente con los padres o tutores. Sus acciones deben responder a un currículo, que se enfoca en la retención, adaptación y continuidad de estudios. Cada profesor debe llenar un formulario con los datos de cada estudiante, los temas tratados, las necesidades de mejora detectadas y los compromisos con la familia. Hay casi 55 000 profesores rurales.