El presidente ruso Vladimir Putin visitó Cuba en el 2014, cuando aprovechó para condonar el 95% de la deuda que la isla mantenía con su país. Ya había estado ahí en el 2000. Foto: AFP
Si hoy los registros civiles de la región se encuentran con frecuentes inscripciones de niños con nombres como Justin (en honor a un cantante juvenil canadiense) o Íker (al igual que el exportero de la Selección española y el Real Madrid), en los años 60 y 70 abundaron los de otros ídolos, aunque no del deporte ni el espectáculo.
Miles de Vladimir, Stalin o Lenin fueron anotados por padres latinoamericanos en medio del furor por el socialismo-comunismo soviético.
Desde los 90, cuando la URSS se extinguió y con ella el apoyo en miles de millones de dólares a países como Cuba y Nicaragua, además de movimientos guerrilleros y partidos de izquierda en el continente, esa fascinación se quedó dormida, pero no muerta.
La recién nacida Federación Rusa estaba inmersa en sus propios problemas a raíz de su cambio de modelo político-económico, y se olvidó un poco de ganar espacio para contrarrestar la influencia de Estados Unidos, como buscó hacer durante la Guerra Fría.
La llegada al poder de líderes que abrazaban la bandera socialista como único camino hacia la justicia social a inicios del nuevo milenio, en cambio, coincidió con la recuperación de Rusia como superpotencia, gracias a sus enormes ingresos por exportación de hidrocarburos.
Y cuando se comenzó a hablar de Socialismo del Siglo XXI, con la subsecuente creación de bloques como la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), se retomó de alguna forma lo que el autor Vladimir Davidov describió en su artículo ‘Rusia en América Latina y viceversa’, como el “estereotipo del hermano mayor” de los días soviéticos. En resumen, un gran país muestra a esos pequeños del otro lado del Atlántico la mejor vía hacia un futuro maravilloso.
María Luisa Pástor reseña para la revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos que desde la llegada de Putin al poder las relaciones económicas con los aliados de América Latina, además de las diplomáticas, han tomado nuevos bríos.
La cuantía de sus exportaciones hacia las naciones de esta región resulta ínfima frente a su cartera global -hay quienes calculan apenas un 2%, con lo que nunca alcanzará el inmenso volumen de las de China– pero es claro “el deseo de Moscú de ser considerado un actor global, aplicando de paso reciprocidad a EE.UU. por su presencia en el espacio postsoviético”, recalca esta autora.
Y si antes de la Perestroika muchos líderes sindicales tuvieron la oportunidad de viajar a la URSS y adquirir herramientas para su lucha por obtener más beneficios de sus patronos burgueses, hoy existe el programa Nueva Generación.
Según Rossotrudnichestvo, la agencia rusa a cargo de las relaciones con el extranjero y la cooperación internacional, este selecciona a jóvenes líderes latinoamericanos entre 20 y 40 años de diferentes campos del saber. Los escogidos viajan a Rusia por una semana para escuchar conferencias en español sobre política y economía de ese país.
Esto sin contar con los varios centros de estudios latinoamericanos establecidos para informar al Gobierno ruso y asesorarlo respecto de posibilidades de hacer negocio.
Juegos de poder
En los niveles más altos, las visitas que desde el 2008 los líderes y representantes rusos realizaron a Latinoamérica han sido importantes para que Moscú mantenga protagonismo respecto de su política exterior.
Por ejemplo, pocos meses después de su guerra contra Georgia (2008), el entonces presidente Dimitri Medvédev y el ministro de Exteriores, Sergey Lavrov, asistieron a la reunión de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Perú, y aprovecharon para llegar hasta Brasil, Cuba, Colombia, Ecuador y Venezuela. En medio de la crisis con Ucrania en 2014, Putin cumplió en julio una gira por Argentina, Cuba, Brasil y Nicaragua. En La Habana condonó un 95% de los USD 35 000 millones de deuda que el castrismo mantenía con el Kremlin.
Incluso el respaldo a Nicolás Maduro va más allá de cualquier afinidad ideológica, según explica el sociólogo David Smilde, de Tulane University, a la revista Newsweek. “Está tomando ventaja de un país que está desesperado por apoyo, para asegurar lucrativos contratos, y en el proceso usar a Venezuela para presionar a Estados Unidos”.
El experto agrega que todas estas relaciones todavía tendrían que traducirse en una presencia militar tangible, que eventualmente pudiera encontrar un campo fértil en países que promueven el fervor antiimperialista.
De todos modos, esta semana Putin deberá posar para la foto de la cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) junto con Jair Bolsonaro, su nuevo homólogo brasileño, que no comulga en nada con lo que tenga que ver con la izquierda. De hecho, Brasilia es el único de ese grupo que reconoce como presidente “legítimo e interino” de Venezuela al líder parlamentario Juan Guaidó.
Y seguramente la anunciada tercera visita del gobernante ruso a Cuba lo colocará en los titulares y redes sociales latinoamericanos que al mismo tiempo informarán del endurecimiento de políticas migratorias y sueños de reelección de Donald Trump.
Sin importar los cambios en el mapa geopolítico latinoamericano, Moscú seguirá haciendo lo que promete la versión en español de su emporio mediático Russia Today: ofrecer lo que el resto no…