La polémica por la participación en la exposición universal

El presidente Flores Jijón fue un ‘progresista’ formado en Francia. Veía en la Exposición una oportunidad. Foto: fotografiapatrimonial.gob.ec

El centenario del estallido de la Revolución Francesa sorprendió al Ecuador en un momento en que se inauguraba la administración de Antonio Flores Jijón, uno de los más notables exponentes del “progresismo”, quien hiciera quizá el mayor esfuerzo para aplicar un proyecto modernizador de corte liberal católico en el país.
Flores había vivido buena parte de su vida en Europa y tenía convicciones que chocaron contra la ideología dominante en los medios latifundistas y clericales. Su Gobierno se inició en agosto de 1888, con el sonado conflicto sobre la concurrencia del país a la Exposición Universal de París en 1889.
El Presidente, quien había comprometido la presencia del Ecuador en el certamen, solicitó al Congreso un subsidio para financiar el proyecto. “No se os ocultará -decía a los legisladores- los cambios; de esta cita de la industria parte un movimiento fecundo para el bienestar económico…”
La propuesta desató una polémica tremenda. Los sectores clericales y conservadores se opusieron ferozmente a la iniciativa, hasta el punto en que llegaron a crearse periódicos expresamente para defender una u otra posición. En Cuenca, por ejemplo, apareció una publicación suscrita por ‘Republicanos del Corazón de Jesús y el centenario del 89’.
‘La Sociedad Católica Republicana’ de Quito, con el Semanario Popular, orquestó la campaña nacional. En el Congreso los debates fueron acalorados. Uno de los opositores a la concurrencia, el doctor Julio Matovelle, atacó a la Exposición Universal, diciendo: “No se trata de celebrar el advenimiento de un soberano legítimo al trono ni la formación de un nuevo pueblo en los fastos de la historia, sino lisa y llanamente el nacimiento de un horroroso monstruo... la revolución, y el terrible bautizo en las ondas de sangre, que en 1793 envolvieron a Francia”.
Por otro lado, la opinión liberal, incluso la más moderada, defendió la propuesta presidencial. “La Asamblea Francesa del 89 no fue atea, insistía La Nación, no se verificó en ella el ateísmo ni se consagró la guillotina homicida (…) Lo más notable de la Constituyente de París fue su declaración de los derechos del hombre; declaración de la cual hay que partir para apreciar las doctrinas (…) Asistir al certamen que tendría lugar en París en el año entrante (…) no puede interpretarse en sentido desfavorable, y menos puede sospecharse siquiera que tienda a introducir entre nosotros lo que llamaremos legal y absoluta tolerancia de cultos”. Al fin de un duro debate, la Cámara del Senado negó el subsidio.
El presidente Flores, quien incluso llegó a conseguir que el Secretario de Estado del Papa prohibiera a los eclesiásticos participar en el debate, no abandonó su empeño. Logró que los comerciantes guayaquileños levantaran los fondos necesarios para financiar los gastos de la concurrencia a la exposición.
Lo que se expuso
Con la participación del Ecuador en la Exposición Internacional de París de 1889, los sectores comerciales dieron una muestra del poder que habían alcanzado y de los significativos logros del intercambio internacional. La comisión encargada de organizarla dio una visión general: “Todas las naciones hispanoamericanas exponen más o menos lo mismo: materias primas”. Inmediatamente hace una apreciación sobre la producción textil serrana: “Los ponchos, rebozos, casimires, frazadas, lienzos y otros tejidos del Ecuador, no pueden, por buenos que sean, compararse con los del Europa”. Respecto de otros productos exhibidos, pone de relieve, especialmente, el cacao y la tagua. Además, menciona una gran variedad de otros: café, algodón, quina, maderas, cereales, plantas medicinales, pieles, azúcar, cerveza, caucho, licores, cera, cochinilla, vainilla, metales preciosos, cristal de roca, azufre, bordados, encajes, tejidos de seda, lana, algodón y cáñamo.
En este informe, que el presidente Flores mandó a publicar en el Diario Oficial, se hacía una cuidadosa descripción y evaluación de los ítems expuestos: “De los frutos de la Costa no faltaba nada. Son muy buenos los cacaos de los señores Seminario y Daniel López y el algodón del señor Destruge, el café no lo es tanto como en otros países, el de Patate, más fino que el de Guayaquil, está mal beneficiado y en esta condición pierde su mérito. Lo mismo puede decirse del cacao de Caraburo, remitido por el señor Sotomayor. El ‘cacao de Parajito’, de Esmeraldas, no es conocido aquí y no podemos prever el concepto que se formará el jurado de grano. Igual incertidumbre tenemos sobre el almidón de yuca elaborado en el Ingenio El Carmen. El azúcar del señor Jaramillo está algo mejor preparada que la del señor Valdez: uno y otro son de entera pureza, es decir 99%. Tenemos esperanza en la exhibición de la tagua, que atraiga este producto el mercado francés y a otros mercados que todavía no se consumen”.
“La seda, lana, pita y otras materias textiles, azufre, alumbre y otros minerales, las cortezas tintóreas, las plantas y sustancias medicinales, todo esto está preparado en grupos en la vidriería de historia natural”, señala en informe.
En pocos años, el Ecuador viviría el momento cimero del auge del cacao, cuando se transformó en el primer exportador de la fruta en el mundo. Pero la prosperidad de los comerciantes y banqueros vino acompañada de la Revolución Liberal (1895-1912).
Entonces, la temida declaración de libertad de conciencia sería un hecho. Quienes combatieron la presencia en la exposición sabían que luchaban contra ese “horroroso monstruo” que atormenta a quienes tenían el poder: la revolución.
*Historiador, ensayista, catedrático, político.