La pandemia ha sacudido al planeta y puede ser el detonante para cambiar o reformar las reglas que han dominado el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Desde 1945, el mundo ha vivido acorde a las normas establecidas por los países ganadores del conflicto bélico: EE.UU. y sus aliados. Ese ‘orden mundial’, que nació hace más de siete décadas, fue configurándose con la creación de instituciones globales como Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, Organización del Tratado del Atlántico Norte, G20, entre otros.
El diseño de esa arquitectura se hizo bajo una visión liberal de la economía, la defensa del Estado de derecho y de la democracia, herramientas claves para garantizar la paz y la prosperidad de todos los países. Y funcionó bien durante las seis décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El planeta vivió relativamente en paz y los indicadores económicos y sociales evidenciaron una época de prosperidad.
En el período 1950-2008, el PIB per cápita se multiplicó por cuatro en el mundo. A modo de comparación, antes de este periodo hicieron falta mil años para que el PIB per cápita mundial se multiplicara por 15. Entre los años 1000 y 1978, la renta per cápita de China se multiplicó por dos, pero en los treinta años siguientes se multiplicó por seis. La de la India se multiplicó por cinco desde su independencia en 1947, después de haberse incrementado solo el 20% en el milenio anterior, señala el libro ‘¿Hacia una nueva Ilustración? Una década trascendente’ (2019).
Los autores del libro, Nancy H. Chau y Ravi Kanbur, aseguran que las seis décadas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, hasta la crisis de 2008, fueron una época dorada desde la perspectiva del desarrollo económico. “Pese a la crisis del 2008, el crecimiento económico posterior a la Segunda Guerra Mundial fue espectacular, si se compara con los mil años anteriores”.
Aunque no hay datos muy antiguos sobre la distribución de la renta, los cálculos del Banco Mundial señalan que la pobreza bajó del 42% al 11% entre 1981 y el 2013. El índice de finalización de la educación primaria pasó de poco más del 70% en 1970 al 90% a inicios del presente siglo. En los últimos 25 años, la mortalidad materna se ha reducido a la mitad y la mortalidad infantil representa la cuarta parte de la que era hace medio siglo. Y todas estas mejoras contribuyeron a aumentar la esperanza de vida, que ha pasado de 50 años en 1960, a 70 en el 2010.
Los países más poblados del mundo -China, la India, pero también Vietnam, Bangladesh y otros- han contribuido a esta reducción sin precedentes de la pobreza mundial.
En una conferencia en septiembre del 2018, el entonces presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, dijo que en los últimos 25 años más de 1 000 millones de personas lograron salir de la pobreza extrema. “La tasa mundial de pobreza es hoy la más baja de que se tenga registro. Este es uno de los mayores logros de la humanidad en nuestros tiempos”.
Solo en China, unos 800 millones de personas han superado el nivel de la pobreza en las últimas tres décadas, un hito en la historia de la humanidad. Y no hubo necesidad de hacerlo en democracia.
Sin embargo, el desarrollo económico ha presentado una serie de contradicciones. A pesar del aumento de la renta en los países más pobres, aún hay grandes diferencias con las economías ricas. Esto, unido a los conflictos y a las tensiones medioambientales, ha producido presiones migratorias. “La conjunción de las presiones migratorias y la creciente desigualdad ha generado un tóxico incremento del populismo antiliberal, que está poniendo en peligro los avances democráticos posteriores a la Segunda Guerra Mundial”, señalan Chau y Kanbur.
La creciente desigualdad dentro de los países también genera tensiones sociales, pues los beneficios del desarrollo no llegan a los más pobres, quienes tampoco sienten que el modelo político y económico vigente sirva para algo.
Además, el desarrollo se ha basado en una depredación del ambiente, con efectos en el calentamiento global y sus consecuencias: incendios, inundaciones, sequías, etc. Esos problemas globales no han sido resueltos por las instituciones creadas desde 1945.
El propio impulsor de esas instituciones, EE.UU., con Donald Trump a la cabeza, arremetió contra la ONU, acusándola de falta de gestión y mucha burocracia. También cuestionó el papel de la OMC, pese a que la globalización fue impulsada por la primera potencia mundial. Esas diferencias se reflejaron en la guerra comercial con China, que se convirtió en la segunda potencia económica del planeta y gana protagonismo en diferentes áreas: política exterior, comercio, innovación, finanzas, etc.
El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, reconoce que EE.UU. viene perdiendo influencia en el mundo, por iniciativa propia. Su salida de Afganistán es una muestra. También destaca el protagonismo de China, pero no ve que el gigante asiático sea un estabilizador global, como lo ha sido EE.UU. en las últimas décadas. Y tampoco es un ejemplo de democracia y de defensa del Estado de derecho.
La geopolítica actual tiene más actores que en 1945, pero sobre todo nuevos temas que incidirán en la construcción de un nuevo orden mundial, aunque puede ser más de uno.