Máscaras del diablo se elaboran en los talleres del cantón Píllaro

Néstor Bonilla indica uno de los cachos que será ubicado en la máscara.

Néstor Bonilla indica uno de los cachos que será ubicado en la máscara.

Néstor Bonilla indica uno de los cachos que será ubicado en la máscara. Foto: Fabián Maisanche / EL COMERCIO

La elaboración de una máscara de diablo puede tomar entre 2 y 15 días. El tiempo depende de la complejidad que tenga la careta, que puede llegar a medir hasta los dos metros de altura. Los adornos, las siluetas y otros elementos hacen de estas máscaras un ícono del cantón Píllaro, en Tungurahua, en el inicio de cada año.

Estas técnicas las mantienen desde hace más de 100 años los artesanos de esta ciudad. Estos conocimientos los comparte el artesano Néstor Bonilla. A su taller arriban todos los años los jóvenes de las comunidades San Andrés, Tunguipamba, Marcos Espinel, Chacata el Carmen, Robalinopamba y otras. Los muchachos ocupan las tres habitaciones del taller, ubicado en la vía a San Miguelito.

Hay mesas, sillas y anaqueles donde están las cintas de colores, papel periódico, tijeras, tarros de pintura, colmillos, dientes y cráneos de animales. En una de las esquinas están listos los moldes de metal y madera que sirven para la elaboración de las caretas.

El activista cultural indica que la primera fase para elaborar la máscara es pegar en los moldes ovalados o redondos seis pedazos de hojas de papel con agua. Esto impide que se adhiera al molde y sea fácil de retirar. Posteriormente se coloca el engrudo (pegamento, elaborado con harina de maíz y agua) y otra capa de papel hasta darle la forma de un rostro y se moldean los relieves hechos con pedazos gruesos.

“El secado dura entre cuatro y seis días. Es importante esta etapa para que la máscara tenga un largo tiempo de vida de útil. Si se desea acelerar el proceso se puede hacer con goma blanca y utilizar una secadora”, asegura Bonilla.

Una vez que completa esta etapa se ubican los ojos que pueden ser pintados o pequeñas bolas de cristal. Los cachos y cuatro colmillos se aseguran con alambre y se pegan. Los artesanos recomiendan ubicar otros dientes de animales para que la máscara sea más estrafalaria.

Antes de pintar se cubre con una fina capa de papel. Los jóvenes que elaboran las máscaras con el asesoramiento de Bonilla explican que ahí se define la silueta del rostro.

Pablo Montesdeoca baila en la partida de Marcos Espinel y acude desde septiembre al taller de Bonilla. Su mascara tendrá un metro de altura. El universitario cuenta que con la ayuda de un desarmador plano se retiran las impurezas.

“Cuando está lista se prepara la pintura y se comienza a dar color. El rojo y negro predominan, pero se puede usar otros colores para los detalles como el amarillo, verde y otros”.

El retoque de las caretas, una especie de representación del diablo, dura dos días; allí se da forma a las cejas, labios y otros detalles del rostro.

Mientras se secan hay tiempo para elaborar las coronas y las alas que son pintarrajeadas o recubiertas con papel crepé de colores rojo, verde y amarillo. El disfraz se complementa con la vestimenta compuesta por un pantalón y blusa de color rojo, medias nailon y zapatillas.

Ítalo Espín, promotor cultural de Píllaro, recomienda que la careta no sea muy pesada para que el bailarín la pueda lucir sin inconvenientes durante el trayecto del desfile.

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