En Guayaquil, la recuperación del estero Salado y los corredores biológicos han favorecido el retorno de emplumados. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
No hay que equiparse para viajar al campo o atravesar remotas montañas. Basta con sentarse en una de las bancas de la plaza Rodolfo Baquerizo Moreno, en pleno centro de Guayaquil, y estar dispuesto a elevar la mirada a los árboles y a afinar el oído.
En esta zona regenerada, al pie del estero Salado, se pueden observar 80 especies de aves, terrestres y acuáticas; migratorias y endémicas. Mirlos, tórtolas, colibríes, carpinteros, periquitos, garzas, mosqueros…revolotean entre las ramas y flores del parque y los mangles que surgen de las orillas lodosas.
Esta es la primera ruta de aviturismo que presentó la Empresa Pública Municipal de Turismo, Promoción Cívica y Relaciones Internacionales de Guayaquil, que abarca el Malecón del Salado y el parque Lineal.
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“Tenemos 10 rutas para el avistamiento de aves urbanas. Por sus características, el año pasado Guayaquil ya entró al Festival Internacional de las Aves”, explica Gloria Gallardo, presidenta de Empresa Municipal de Turismo.
El Malecón Simón Bolívar, el parque Centenario, el parque Seminario, el bulevar de la 9 de Octubre, el mirador de Bellavista con parte del bosque protector Paraíso, el bosque Palo Santo y varias plazas del centro son algunas de las rutas ideales. Estos espacios ya cuentan con infraestructura turística y el Cabildo está elaborando guías informativas.
El aviturismo es una tendencia mundial y Ecuador es ideal para practicarlo. El país está en la lista de megadiversos del mundo, después de Brasil, Colombia, Perú y suma 1 623 especies de aves identificadas. Guayas concentra un 35% de esa cifra y cuenta con 10 Áreas de Importancia para la Conservación de las Aves (AICA).
En Guayaquil, estudios elaborados por la ornitóloga Nancy Hilgert y el biólogo Virgilio Benavides, desde 1900, recopilan unas 300 especies en la urbe, hasta 2014.
Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
En el Malecón del Salado, su investigación dejó resultados sorprendentes. Aquí, en un sauce llorón junto a la Universidad de Guayaquil, han reportado hasta siete ejemplares de Tyranus-Tyranus, un ave de tierra, insectívora y que se pensaba solo llegaba desde Norteamérica hacia la Amazonía.
Las garzas pico de espátula rosadas, antes solo visibles en lo profundo de los manglares, buscan su alimento en el lodo, cuando baja la marea, junto al parque lineal de la avenida Carlos Julio Arosemena. También han observado una especie de halcón que únicamente visitaba zonas boscosas. 10 años atrás, afirma Hilgert, varias especies se alejaron de Guayaquil.
“Hoy es distinto y una de las causas de su retorno son los corredores biológicos que se han formado en jardines, avenidas y parques. Estos ecosistemas antrópicos (artificiales), que surgieron con la regeneración urbana, les sirven como rutas de paso hacia los bosques”.
Estos corredores son vitales para el flujo genético, y son los favoritos de los juveniles, que los atraviesan en busca de pareja. Como muestra, ayer dos mosqueros de pecho amarillo buscaban armar su nido en un mangle junto al Salado.
En Guayaquil, la recuperación del estero Salado y los corredores biológicos han favorecido el retorno de emplumados. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
Su afinado canto captó la atención del ornitólogo George Varela. Equipado con largavistas, libro y cámara fotográfica observó a esta especie. “Es una buena señal, se están reproduciendo”.
Para Varela, la limpieza del estero, que comenzó en el 2003, también aportó al regreso de las aves a Guayaquil. Para comprobarlo hay que recorrer los 3 kilómetros de esta primera ruta de aviturismo. Por este camino adoquinado, rumbo al puente Zig Zag, se puede oír un concierto de silbidos peculiares, como el de la paloma Santa Cruz y el del mirlo ecuatoriano. Los árboles de todo tipo, desde samanes y ceibos hasta mangles y almendros, son el refugio de estos habitantes que vuelven a casa.