La resiliencia es un propósito posible. Se refiere al estudio de la entereza que logran ciertas personas para superar los problemas aún los más graves, gracias a las predisposiciones individuales, el apoyo de la familia y la comunidad. Es importante discernir sobre cómo convertirnos en personas asertivas y fuertes, en el contexto de una escolaridad segura.
Nadie discute la existencia del denominado Tánatos, es decir, el dolor como componente de la naturaleza humana. En la mitología griega, Tánato o Tánatos (en griego antiguo Θάνατος Thánatos igual “muerte”) era la personificación de la muerte no violenta. Opuesto al Eros o actitud amorosa, ágape o felicidad, el dolor es una manifestación evidente de la finitud humana o contingencia.
Resistencias internas
Frente al dolor se presentan reacciones: la depresión, el estrés, el sufrimiento, la culpabilización, la soledad, la neurosis y otras patologías. Y hay gente que tiene como patrón de comportamiento el sufrimiento; esto es, asumir el papel de víctimas y crear un ambiente negativo, de conmiseración y quebranto continuo.
Los científicos han analizado estos comportamientos y descrito a personas que viven en situaciones de “alto riesgo”, y también a otras que han desarrollado resistencias internas o capacidades para enfrentar los rigores de la vida con resultados positivos. La resiliencia, entonces, es la disciplina que estudia “las capacidades para afrontar la adversidad y lograr adaptarse ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo”.
Algunas preguntas
El primer paso es reconocer que el ambiente en que vivimos es proclive al estrés, a la depresión y en general a los problemas. En nuestros hogares se producen a menudo fricciones, diferencias y enfrentamientos por falta de dinero, por problemas generacionales o por opiniones divergentes sobre un asunto. Baladíes o no, el clima familiar es fuente de comportamientos positivos o negativos, no se diga cuando se presenta una complicación grave: una enfermedad súbita, una muerte, un despido intempestivo o un divorcio.
¿Estamos preparados para afrontar estos temas? La respuesta mayoritaria es “no”. ¿Y dónde se aprende a ser resistentes a estos escenarios negativos? No se ha inventado aún una pedagogía para entender y procesar una enfermedad catastrófica, una muerte, un despido o un divorcio. Hay pistas, en algunos casos, o experiencias de familiares, amigos y vecinos.
No soluciones mágicas
Los expertos dicen que “ser resiliente no significa no sentir malestar, dolor emocional o dificultad ante las adversidades. La muerte de un ser querido, una enfermedad grave, la pérdida del trabajo, problemas financieros serios, etc., son sucesos que tienen un gran impacto en las personas y producen una sensación de inseguridad, incertidumbre y dolor emocional. Aun así, las personas logran, por lo general, sobreponerse a esos sucesos y adaptarse bien a lo largo del tiempo”.
La superación de los problemas, en segundo lugar, no depende de soluciones mágicas o de milagros. Quienes tienen una inspiración religiosa obtienen fuerzas de sus creencias. Y está bien. Pero a Dios, como dice un adagio bien conocido, hay que “ayudarle”. Dicho en otras palabras: si no hay predisposición o actitud para afrontar los problemas ——en este caso, con resiliencia—, la influencia religiosa tendrá dificultades.
La resiliencia se aprende
De lo dicho hasta aquí se infiere que la resiliencia “no es algo que una persona tenga o no tenga resiliencia, sino que implica una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar”.
Según los especialistas, las personas resilientes poseen tres características principales:
- Saben aceptar la realidad tal y como es.
- Tienen una profunda creencia en que la vida tiene sentido.
- Desarrollan una inquebrantable capacidad para mejorar.
Características específicas
Capacidad de identificar de manera precisa las causas de los problemas para impedir que vuelvan a repetirse en el futuro.
- Controlan sus emociones, sobre todo ante la adversidad, y pueden permanecer centrados en situaciones de crisis.
- Saben reconocer sus impulsos y sus conductas en situaciones de alta presión.
- Tienen un optimismo realista. Es decir, piensan que las situaciones pueden ir bien.
- Tienen una visión positiva del futuro y piensan que pueden controlar el curso de sus vidas, pero sin dejarse llevar por la irrealidad o las fantasías.
- Se consideran competentes y confían en sus propias capacidades.
- Son empáticos. Es decir, tienen una capacidad para leer las emociones de los demás y conectarse con ellas.
- Son capaces de buscar nuevas oportunidades, retos y relaciones para lograr más éxito y satisfacción en sus vidas.
Ambientes resilientes
En estos tiempos, la alternativa es intentar ser personas resilientes, como estrategia para lograr escuelas seguras. No podemos perder la tranquilidad; al contrario, debemos generar energías positivas para que la pareja y la familia afronten con dignidad los conflictos. Y que la comunidad escolar promueva ambientes de aprendizaje proactivos, en conexión directa con la seguridad pública.
Los riesgos y las adversidades tenemos que afrontarlas, seamos o no resilientes. Ser objetivos, realistas y flexibles no será fácil. Intentemos construir escuelas resilientes y seguras, con un manejo consensuado y procedimientos sencillos —una cartilla de seguridad es recomendable— para estar preparados ante cualquier contingencia. La clave es ser preventivos, y no solamente reactivos..