Manolo Sarmiento es un personaje clave al momento de pensar la historia del cine documental del país durante los últimos 20 años. Es uno de los fundadores de Cinememoria y del Festival Encuentros del Otro Cine (EDOC). Sin embargo, su vínculo con el audiovisual se remonta a su paso por la televisión local.
¿Los 90 fueron los mejores años de la televisión ecuatoriana?
No sé si fueron los mejores años, pero los cinco que trabajé en el programa La Televisión, que conducía Freddy Ehlers, fueron muy importantes para mí. Me permitieron descubrir la profesión de periodista desde la práctica. Fui feliz viajando por el país y entrevistando a muchísimas personas. Era un espacio con un ambiente de trabajo muy libre y con una enorme audiencia; eso cuando haces periodismo es un gran estímulo. Ese programa fue una gran escuela.
¿Cuál era el reto de hacer televisión en ese momento?
Me parece que el reto era hacer un magazine de reportajes que no fueran sensacionalistas, en un horario ‘prime time’ dominical. Recuerdo que teníamos espacios para realizar temas de ecología, o de cultura popular, que eran los que más me gustaban.
¿Y ahora?
Creo que el reto siempre será la calidad, que los contenidos de un programa tengan valor agregado para que sean rentables en un mercado de la comunicación que es tan peleado y disputado. El problema es que hacer una televisión con bastante valor agregado y con calidad de contenido es caro. A veces lo suple el talento de un presentador, de un reportero o de un animador, pero lo más importante es que el éxito sea producto del trabajo de toda una redacción. Ahora es importante que las audiencias sientan el tiempo que se ha dedicado para sacar una producción.
¿Cómo se conectó con el mundo del cine documental?
No es que tuviera una carrera muy larga en el periodismo de televisión, pero en un momento sentí que lo que estaba haciendo era un poco repetitivo. Lisandra Rivera, mi primera esposa, estaba apasionada del cine documental y decidimos hacer una película sobre los migrantes ecuatorianos, que era el gran fenómeno social de finales de los años 90. La idea era abordar de una manera más profunda, metafórica y simbólica el fenómeno de la migración. De ese ejercicio salió la película ‘Problemas Personales’, de la que fui codirector.
Un fenómeno social que se ha vuelto a repetir varias veces.
En ese caso me impresionaba que fuera un fenómeno masivo. En el país había un estado de ánimo muy negativo. Me acuerdo que me encontré con una encuesta que aseguraba que 7 de cada 10 ecuatorianos querían vivir fuera. Era un país del que todo el mundo se quería ir. Cuando fuimos a ver este fenómeno en España nos encontramos con ecuatorianos en todas las esquinas, muchas veces caminando sin saber por dónde empezar y eso fue impactante. Irse se convirtió en una salida para problemas que no solo eran económicos. Vivíamos en un estado emocional que nos paralizaba.
¿El documental es la esencia de nuestra identidad audiovisual?
Lo que más se ha hecho en el país es cine documental. Creo que nuestra memoria cinematográfica está poblada principalmente de imágenes documentales. En el movimiento de cortometrajistas de inicios de los años 80 las películas mejor logradas son documentales. Solo pensemos en ‘Los hieleros del Chimborazo’, ‘Los mangles se van’ o ‘Boca de lobo’. Es un cine que no ha sido suficientemente estudiado, pero que define un estilo y una forma de mirar y sentir el país.
Codirigió ‘La muerte de Jaime Roldós. ¿Qué tan difícil es hurgar en el poder en este país?
Es difícil por los pactos de silencio que hay. Supongo que en todas partes existen, pero aquí se los respeta mucho. Cuando comencé a investigar para el documental hablé con Christian Zurita y me dijo que las Fuerzas Armadas simplemente no hablan de ciertos temas. Cuando el documentalista Patricio Guzmán comentó la película dijo que, para él, el tema de la cinta es el silencio; la manera de callar que tenemos los ecuatorianos.
¿Por qué Oswaldo Hurtado no habla en el documental?
Había entrevistado a Hurtado para el documental que produjo Andrés Barriga unos años antes. Ahí me habló de su versión de lo que piensa que pasó aquel 24 de mayo de 1981, lo mismo que repite siempre desde hace cuarenta años. Lo que Hurtado piensa lo sabemos y es accesible para quien lo quiera conocer. Nosotros nos propusimos refutarlo de alguna manera. Además, su versión sí está en la película, porque es la misma de la Fuerza Aérea Ecuatoriana.
¿La película cambió la visión que tenía de Jaime Roldós?
Aprendí muchísimo del personaje y eso me ayudó a complejizarlo. Descubrí que en el ámbito familiar era una persona afable, bromista y relajada, pero en sus apariciones públicas era respetuoso de su papel. Reconozco que era un político muy talentoso, con una gran conciencia del rol que le tocó asumir y eso me parece admirable, porque es fregado estar a la altura del lugar en el que te pone la vida. Es complejo porque ya no eres libre y quizás esa es la tragedia del poder, algo que él lo vivió a plenitud. Su papel adentro era el de un aglutinador de fuerzas políticas diversas y afuera el de ser un referente y una voz para la democracia continental. Ahora puedo decir que lo admiro más.
¿Somos una sociedad a la que no le interesa su memoria?
No sé si afirmarlo tan categóricamente. Quizás retomando lo que decía Patricio Guzmán somos una sociedad no de olvidos, sino de silencios. Hay mucho silencio, pero también una memoria subterránea potente que está esperando interlocutores. Creo que en esa memoria subterránea, relacionada con acontecimientos trágicos, está la esperanza. Es como la escena final de ‘Las cruces sobre el agua’, de Gallegos Lara.
Trayectoria
Documentalista. Codirector de la película ‘La muerte de Jaime Roldós’. Ganó el Premio Nacional de Periodismo Símbolos de Libertad en 1998 en la categoría Mejor Informe Televisivo. Es uno de los fundadores del Festival Encuentros del Otro Cine (EDOC).