Solo es otro ladrillo en la pared

"The Wall", la última gran obra conceptual del rock progresivo, cumple 40 años. Concebida casi en su totalidad por Roger Waters.

"The Wall", la última gran obra conceptual del rock progresivo, cumple 40 años. Concebida casi en su totalidad por Roger Waters.

Para Pink Floyd, ‘The Wall’ significó su cúspide creativa y comercial, pero también fue su tumba, o al menos el final de un formidable equipo de trabajo y de una amistad que no resistió su propio hartazgo. Los cuatro integrantes nunca más grabaron juntos y la cultura pop perdió a una banda escrupulosa, empeñada en ofrecer tanto una experiencia mental como una mirada a los problemas de la humanidad.

Cuarenta años después del arrollador debut el 30 de noviembre de 1979, con 24 millones de copias vendidas, todo lo que rodea a esta ópera rock de 25 cortes (81 minutos y 20 segundos) sigue causando fascinación: el concepto del muro como ‘algo’ que la sociedad debe derribar, regresa cada cierto tiempo.

Hoy es el muro fronterizo de Donald Trump; pero antes, en el 2010, fue la barrera entre Israel y Palestina, y más atrás, fue el Muro de Berlín, o mejor dicho su caída, ocurrida en 1989. Roger Waters, el mentalizador de ‘The Wall’ y dueño de los derechos intelectuales tras su salida de Pink Floyd en 1985, no ha desperdiciado ninguna de las oportunidades para reinventar su obra maestra según la década y salir de gira, aunque el elepé en realidad no se inspiró en la Guerra Fría ni en el inacabable conflicto árabe-israelí ni mucho menos en la migración latina.

Aunque pudo serlo y ahí radica la verdadera grandeza de ‘The Wall’, que cuenta la historia de Pink, una estrella ficticia de rock construida con las vivencias de Waters y del malogrado Syd Barrett, fundador del grupo pero despedido en 1969, luego de que su cerebro fuera afectado irremediablemente por las generosas dosis de LSD que consumía.

Pink camina hacia la fantasía autodestructiva y levanta un muro metafórico, con ladrillos que conforman un trauma o un suceso. Cada canción representa un tema y un ladrillo de esa pared: la prematura orfandad de padre, la opresiva educación, la sobreprotección materna, la fama, la alienación, la guerra y la tiranía.

Como es obvio, una propuesta tan compleja, escrita con cinismo y arropada por un sonido frío, oscuro pero elegante y lleno de artilugios, debía ser el resultado de toda una carrera en la música pop, en la que el hastío agobiaba a Waters, quien se preguntaba si merecía ser una millonaria estrella de rock mientras el mundo se autodestruía.

Pink Floyd, fundado en 1965, había dejado de ser una banda psicodélica que exploraba el espacio interior para convertirse en un taquillero exponente del rock progresivo, sobre todo a partir del triunfo de ‘Dark Side of the Moon’, su álbum de 1973, y el octavo de la agrupación, inmaculadamente grabado y conceptualmente unificado.

Waters y los demás miembros (el guitarrista David Gilmour, el teclista Rick Wrigth y el baterista Nick Mason) hallaron una manera de injertar los rigores de la composición formal al rock para obtener una obra redonda. La aceptación rebasó las expectativas, ‘Dark Side of the Moon’ pasó a ser un referente artístico y los integrantes de Pink Floyd se convirtieron en ídolos de los adolescentes.

Cualquiera estaría feliz con la caja registradora sonando todo el tiempo; pero Waters, quien en 1973 tenía 30 años y un enorme cargamento de traumas (tuvo que seguir terapia), decidió que llevaría a Pink Floyd por los caminos de las composiciones narrativas, los ‘grandes’ temas y los enormes gestos teatrales, aunque para eso fue sacrificando al grupo como una unidad creativa.

Son célebres los testimonios que hablan de un Waters que no permitía debates sobre sus letras (él se consideraba mejor escritor que los demás) y que llegó a monopolizar el estilo lírico del grupo. El productor Bob Ezrin dijo incluso que Waters aplicó una crueldad “teutónica” en contra de Wright, a quien echó del grupo mientras grababa ‘The Wall’. Que el mismo Wright fuera llamado para la gira posterior solo le agrega más desconcierto a esta situación.

Waters lo concibió casi todo, desde el concepto (que nació de preguntarse si fuera posible crear un muro para distanciarse de la audiencia luego de que escupió a un fan que quería trepar hasta el escenario, en 1973) hasta la parte gráfica. Antes de grabar ya había contratado al caricaturista Gerald Scarfe para que creara los dibujos que saldrían en los artes del doble elepé, que hoy también son célebres, como los martillos que caminan y el profesor.

Waters escribió el guión del filme de 1982, dirigido por Alan Parker.
Si David Gilmour no se retiró en el acto fue porque no quería ceder sus derechos como productor, aunque de todos modos era imposible imaginar un disco de Pink Floyd sin los solos de este guitarrista, especialmente los que suenan en Another Brick in the Wall (Part II), Mother, Hey You y Comfortably Numb.

Gilmour, la otra pata creativa del grupo, de todos modos también se cansó del trato de Waters, al punto de que la gira de ‘The Wall’ en realidad presentaba no un muro que se desmoronaba, sino al mismo grupo cayéndose a pedazos ante el público que tanto los adoraba. 

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