La concentración de los datos en pocas compañías puede reducir los beneficios sociales. La participación de los Estados es necesaria para garantizar que exista competencia.
La información digital aumenta todos los días de manera exponencial en el mundo, algo que se mantendrá en el mediano plazo porque la penetración global de internet bordea actualmente el 60%.
Lo anterior significa que todavía falta incorporar a millones de personas al mundo digital, quienes seguirán alimentando a la ‘big data’ con información proveniente de declaraciones de impuestos, recibos de compras, tarjetas de crédito, descarga de aplicaciones, aparatos con conexión a internet y un enorme etcétera.
Esos datos, en cantidades industriales, son en la actualidad una gran fuente de riqueza. Algunos creen que son la materia prima del presente y del futuro, como lo fue el petróleo hace algo más de un siglo.
Pero como ocurre con las materias primas, las mayores ganancias se llevan las personas o las empresas que puedan añadir más valor al producto.
En el 2014, un informe dela consultora Bain & Co señaló que, de 400 grandes empresas, las que adoptaron análisis de grandes datos ganaron una ventaja significativa sobre el resto del mundo empresarial.
En la actualidad, la combinación de la ‘big data’ con la inteligencia artificial está reconfigurando el mundo de los negocios, con grandes impactos en la economía global.
Muchas de las empresas más grandes del planeta -en el sector de la tecnología y en los demás- siguen modelos de negocios que giran en torno a los datos. “El valor de las empresas que emplean intensivamente los datos, como Alibaba, Alphabet y Facebook, se ha disparado”, señalaron hace dos meses Yan Carrière–Swallow y Vikram Haksar, ejecutivos del Departamento de Estrategia, Políticas y Evaluación del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Desde el 2015, el valor de mercado de esas tres empresas comenzó a alejarse del promedio de las compañías que integran el índice Standar & Poor’s, que incluye a las 500 empresas más representativas de la Bolsa de Nueva York.
Ese mejor desempeño era el resultado de un trabajo previo. Michael Mandel, estratega económico en el Progressive Policy Institute, describió en el 2013 los cambios que estaba registrando una economía basada en datos como la estadounidense.
En ese año, el desarrollo de la banda ancha fija y móvil se tradujo, por ejemplo, en más empleos por el desarrollo y la implementación de aplicaciones móviles. “El empleo en la economía de la aplicación ahora llega a 752 000, un 40% más que el año pasado”, escribió Mandel en el diario The Atlantic.
Para esa época, los proveedores de banda ancha, de telefonía móvil y de otras compañías de comunicaciones invertían casi USD 100 000 millones al año para mejorar sus redes.
Los datos se habían convertido en el componente comercial de más rápido crecimiento entre Estados Unidos y Europa. Los proveedores de telecomunicaciones duplicaron la capacidad de cable transatlántico en el período 2008-2013, según cifras de Telegeography.
Para el FMI, los datos son ahora un insumo crítico de la producción moderna, junto con la tierra, el capital, la mano de obra y el petróleo. Alimentan los algoritmos de la inteligencia artificial cuyas predicciones hacen funcionar aplicaciones como los vehículos autónomos, las pruebas de dopaje, el suministro de crédito y la publicidad focalizada.
Por eso, la proliferación de datos en la economía presenta una gran oportunidad para estimular el crecimiento a través de la eficiencia y la innovación, aunque ese objetivo amerita que los gobiernos modernicen las políticas vigentes para afrontar tres dificultades.
La primera es la excesiva opacidad de los mercados de datos, pues la gente participa diariamente en la economía de datos, pero no conoce cómo se usan, transfieren o procesan.
En segundo lugar, no está claro si las empresas están haciendo lo suficiente para proteger los datos que almacenan e impedir el hurto y el uso indebido, lo que pone en peligro la confianza del público.
Y por último, las empresas que acumulan grandes volúmenes de datos -como Facebook o Google– tienen un incentivo para acapararlos, que es abrir otras opciones de negocio con esa información.
Esta semana, por ejemplo, Google informó que tiene previsto comenzar a ofrecer en el 2020 cuentas corrientes. Su proyecto, bautizado con el nombre de Cache, se hará con el banco Citigroup y con una cooperativa de crédito de la universidad de Stanford, según The Wall Street Journal.
Para Google, que ya cuenta con un sistema de pagos conocido como Google Pay, las cuentas corrientes ofrecen acceso a una enorme cantidad de información, incluidos los ingresos y gastos de los clientes.
Google Pay va en camino de alcanzar los 100 millones de usuarios a nivel mundial en 2020, una fuerte subida con respecto a los 39 millones que tenía en 2018, según AFP.
Apple también quiere incursionar en el mundo financiero con una tarjeta de crédito, mientras que Facebook trabaja en una divisa digital.
Pero estos modelos de negocio están frenando importantes avances, dice Carlos Torres Vila, presidente de BBVA. Actualmente, los gigantes digitales acumulan cada vez más datos gracias a servicios de gran valor añadido, lo que refuerza su posición, generan economías de escala y eso les permite entrar en nuevos segmentos de negocio. “Por eso creo que tiene sentido obligar a las empresas que acumulan los datos a que hagan posible que los usuarios los compartan con otras empresas. El único límite debería ser el consentimiento y la privacidad, porque los datos son una prolongación de la identidad de cada persona: los lugares en los que ha estado, lo que le gusta, lo que ha comprado, etc.”, subrayó.
“Si los datos fluyeran libremente, más empresas podrían usarlos, lo que fomentaría la innovación y la competencia”.
El Presidente de BBVA sostiene que abrir el acceso a los datos que poseen las ‘big tech’ sería una mejor alternativa frente a la de aquellos que proponen escindir a estos gigantes digitales para evitar posiciones abusivas de mercado.
Esto ya se hace con la banca en Europa, donde se ha obligado a las entidades a compartir los datos en tiempo real, siempre que el cliente así lo quiera. “Si bien la directiva europea de pagos PSD2 generó reticencias en la banca, creo que es una gran idea y debería extenderse a los datos de todos los sectores: telecomunicaciones, comercio electrónico, viajes… A todos”, reclamó.
Y de cierta manera tiene razón. ¿Por qué el dueño de la información debe ser la compañía que provee el servicio si los datos salieron de las personas? ¿Y qué beneficio obtienen los usuarios por la información que dejan, por ejemplo, en las redes sociales? Y cuando los vehículos autónomos inunden el mercado, ¿la información que recopilen será del fabricante o del conductor?
Por ahora, las leyes aún se inclinan a favor de las grandes compañías, pero la presión social ha aumentado y los Estados están tomando nota.