Ángel Oleas: ‘Caemos en la Bibliotecología; no la buscamos’

Comenzó en la bibliotecología en el convento de Santo Domingo, en Quito. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Ángel Oleas es un bibliotecario de cepa y uno de los que ha defendido la tarea como profesión. Y como muchos, llegó a este oficio como un acto del azar.

Habrá sido una decisión arriesgada lanzarse a ser bibliotecario.

En nuestro medio eso de ser bibliotecario no es algo que nace. No vas a la bibliotecología, sino que caes en ella.

¿Cómo fue en su caso?

Me casé; tenía que buscar empleo porque yo era actor de la Compañía Ecuatoriana de Teatro, en los años 80 y 90. Pero tenía un sueldo cada seis meses, al final de las funciones. Mantener una familia con eso no era posible. Yo quería ser biólogo. Fui a la PUCE. No concluí. Luego de eso dije que tengo que hacer algo. Pensaba que la museología estaría vinculada en algo con la biología. Y no era nada parecido; tenía que ver con el arte, con la historia. Nos llevaron a hacer prácticas en el convento de Santo Domingo y uno de los talleres era la biblioteca. En esa época para mí eran libros viejos, no eran antiguos, ni tesoro ni patrimonio. Me caso, busco trabajo, y regreso a Santo Domingo y me quedé en la biblioteca.

Entonces ahí comenzó el proceso de aprendizaje…

Aparece María Eugenia Mieles, que trabajaba en el Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología). Ella es bibliotecóloga, formada en Colombia, y se convirtió en mi mentora. Me enseñó cómo se organizan colecciones. Fue algo muy interesante, porque si bien había tenido un contacto previo haciendo prácticas como estudiante de biología en la biblioteca del Vivarium, con María Eugenia fue otra historia. Mi primer contacto real no fue con cualquier biblioteca, sino con la maravilla que es Santo Domingo, que tiene 33 000 libros, con incunables. Y comencé a entender qué es esto de los libros viejos, los incunables, del patrimonio bibliográfico.

¿Y qué entendió?

Cómo gestionar la información, cómo organizar los libros, dónde colocar las etiquetas, qué tipo de encuadernaciones había. No es solamente el conocimiento que guardan los libros, sino también lo que son los libros-objeto, porque es una biblioteca patrimonial.

Y eso no habrá sido fácil.

Recuerdo que recibimos la visita de un funcionario de la fundación Paul Getty. Le hice un recorrido y le comentaba que es una desorganización única. Se podían encontrar libros de 1940 o 1950 junto a un incunable, que son los impresos entre 1450 y el 31 de diciembre de 1 500. Entonces extendí la mano y saqué dos libros. Uno era de 1950 y el otro de 1482.

Usted buscó la profesionalización del bibliotecario.

Cuando salí de Santo Domingo fui a crear el fondo antiguo de la Biblioteca Municipal. Con una amiga, Soledad Córdova, nos planteamos el hecho de la profesionalización de los bibliotecarios de la red de bibliotecas municipales. Logramos que lo aceptaran y que fuera una ingeniería. Se trataba de una carrera única, a lo clásico pero también con lo moderno. Teníamos clases de filatelia, paleografía, creación de base de datos. Queríamos crear bibliotecarios sólidos, que no solo manejen las herramientas propias, como catalogar, clasificar, sino generar cosas, pensamiento.

Imaginamos a un bibliotecario como un lector devoto.

Al bibliotecario lo asociamos con libros, el que trabaja con libros, los organiza… Y no es así. Está con la información y el libro es uno de los tantos soportes. Gestionamos información. Por supuesto, hay muchos que son lectores contumaces.

Es que tenemos como imagen del bibliotecario perfecto a Jorge Luis Borges

No era realmente un bibliotecario. Un bibliotecario es diferente a alguien que lee o le gusta los libros. Es la imagen del bibliotecario como ser mitológico. Borges es el pensador genial, pero no me gusta que le pongan como el bibliotecario genial, porque no lo fue.

Pero Borges decía que el paraíso debe tener forma de biblioteca.

Esa pasión lleva a la gente a decir “este tiene que ser bibliotecario”, porque su relación es muy íntima con los libros, pero por ahí no va el asunto, sino más bien al servicio que se le da al usuario. Es el interés que pones por satisfacer un necesidad de información y por conservar esa información. Si bien puedes tener una idea política o religiosa, tienes que romperte tú mismo para decir no importa: puedo ser un ateo, pero tengo que guardar esta Biblia, y defenderla.

Pero no siempre resulta así. A veces parecía que les molesta que se les pida una y otra vez materiales.

Hace poco tiempo, el secretario de la Senescyt, en una entrevista sobre cómo estaba el acceso a la Universidad, dijo que “hay carreras como bi-blio-te-co-lo-gía”, así en ese ritmo, porque no lo podía pronunciar. Decía que ningún joven optó por esa carrera, entonces debía desaparecer. La experiencia que tenemos con los bibliotecarios es bastante oscura. La mayor parte de los bibliotecarios cae en la bibliotecología. Y la mayor parte cae por conflictos con sus superiores, por castigo, porque no concuerda con el pensamiento del actual funcionario. Si llenas bibliotecas y archivos con gente que no quiere ser bibliotecario, que nunca supo qué es y no tiene la menor intención de serlo, por supuesto que ser bibliotecario es igual a nada. No se puede tapar el sol con un dedo al decir que no somos importantes para la sociedad, sino, ¿quién conserva los libros? Los bibliotecarios también tenemos culpa sobre esto, porque no hemos sido capaces de defender nuestra profesión y no hemos sido capaces de capacitarnos.

Trayectoria

Comenzó estudiando Biología y se pasó a la carrera de Restauración. Comenzó en la bibliotecología en el convento de Santo Domingo, en Quito. Luego trabajó en la Biblioteca Municipal, la Aurelio Espinosa Pólit y de la Corte Constitucional. Logró armar la carrera de Bibliotecología.

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