Los contaminantes que se han elevado en el aire de la ciudad son los relacionados especialmente al tránsito vehicular. Foto: Archivo / EL COMERCIO
Los efectos positivos del confinamiento en el ambiente poco a poco se han ido revirtiendo, mientras las personas buscan retomar el estilo de vida que tenían antes de la pandemia. Aunque entre marzo y abril del 2020 la presencia de algunos contaminantes en el aire de Quito disminuyó en un 80%, para diciembre de ese mismo año ya se detectaron concentraciones incluso más altas que las registradas antes de la llegada del covid-19.
En este Día Mundial de la Educación Ambiental, que se conmemora hoy, 26 de enero de 2021, se busca crear consciencia sobre la necesidad de implementar una recuperación poscovid-19 que sea sostenible con el planeta. Durante esta fecha se evidencia la importancia de que todas las personas aporten con sus hábitos al cuidado del ambiente, más aún en esta etapa.
Rasa Zalakeviciute, investigadora y docente de la carrera de Ingeniería Ambiental de la Universidad de las Américas, explica que, durante el primer mes de confinamiento, la concentración de dióxido de nitrógeno (NO2) en el aire de Quito fue la que experimentó la disminución más evidente. Este se redujo en un 80%. Entre noviembre y diciembre del 2020, los niveles de este contaminante aumentaron en un 25% en comparación con las cifras precovid-19.
Los contaminantes que se han elevado en el aire de la ciudad son los relacionados especialmente al tránsito vehicular. A esto se suman las condiciones atmosféricas de la ciudad que contribuyen a que estos se acumulen.
Zalakeviciute dice que el confinamiento brindó un alivio temporal al ambiente, pero poco a poco se está volviendo a la misma situación de antes o en algunos casos se está agravando la situación. Por eso, recomienda utilizar la bicicleta e invertir más en la construcción de ciclovías. El funcionamiento del Metro de Quito también va a mejorar la calidad del aire de la ciudad.
Blanca Ríos, profesora e investigadora de Ecología de la UDLA, explica que con los ríos no ocurrió lo mismo que con el aire. Estos resultaron afectados por la pandemia desde el inicio hasta ahora.
El cloro o el amonio cuaternario llegan a los ríos y se mezclan con la materia orgánica que está presente en estos ecosistemas debido a la falta de tratamiento del agua. Los desinfectantes reaccionan con esta materia y se producen sustancias tóxicas para la vida acuática, al igual que elementos cancerígenos.
Otro problema, dice la docente de la UDLA, es que los ríos de Quito transportan está contaminación a otras zonas donde se utiliza su agua para cultivos, ganadería o consumo personal.
Ríos como el Machángara o el Monjas que ya registraban altos niveles de contaminación han empeorado su estado durante la pandemia. La investigadora explica que, aunque los fosfatos de los jabones afectan a los ríos, son menos tóxicos que el cloro o el amonio cuaternario. Por eso, recomienda evitar el uso de los túneles de desinfección que emplean una gran cantidad de químicos, pero no se ha demostrado su eficacia para prevenir el contagio.
Para Ríos, es importante que los Municipios se enfoquen en planes de tratamiento de agua residuales. A la contaminación relacionada con los desinfectantes y aguas servidas se suma la llegada de las mascarillas desechadas que contaminan los ríos y después terminan en los océanos.