Houston, la cuarta urbe más grande de EE.UU., es reconocida por su industria energética e investigación científica. Foto: Ingimage.
Desde que ya no compiten los países sino las ciudades -por el fenómeno de la globalización-, las estrategias de posicionamiento de las urbes son diversas. Entre las razones que llevan a reinventar la gestión urbana están los rankings que elaboran organismos multilaterales, universidades o institutos especializados, con sus propias metodologías.
Bajo esta perspectiva, los escalafones de ciudades son múltiples. Entre esos: Mejores ciudades para vivir, Mejores para hacer negocios, Más visitadas, Más seguras, Más peligrosas del mundo, Mejor valoradas, Más baratas y más caras, Más inteligentes, Más competitivas, Ciudades por talento emprendedor, Ciudades con la mejor calidad de vida y, así, los listados siguen.
Pero no solo el ranking es el que pesa a la hora de ‘promover un cambio de identidad’ o desarrollar otros modelos urbanos: la llegada de nuevas autoridades también pesa.
En este sentido, y con el objetivo de ser más atractivas o adaptarse a nuevas realidades, las ciudades desarrollan estrategias que van desde el marketing hasta la incorporación de nuevos modelos. Para ello se reinventan, reorganizan su planificación, definen metas de largo plazo, buscan nuevas maneras de presentarse e incluso tratan de crear una identidad de marca.
Entre las ciudades más reconocidas por los grandes cambios que han tenido sobre la base de una planificación están Barcelona (España), Adelaida (Australia), Houston (Estados Unidos) y, en los últimos 25 años, Medellín. Hace una semana, el Foro Económico Mundial escogió a esta ciudad colombiana para integrar la Red de Centros para la Cuarta Revolución Industrial. Así, aspira a ser la capital de la ciencia, la innovación y la tecnología en el 2021; tres décadas después de sufrir los efectos del narcotráfico y del terrorismo.
Algo en común entre las ciudades que han alcanzado reconocimientos tiene que ver con la participación activa del sector público, la empresa privada y la academia. Además, los ciudadanos ‘han cambiado el chip’ y se han sumado a esos nuevos modelos.
Medellín, a través de la denominada Ruta N, promueve el desarrollo tecnológico en las empresas de Colombia. Foto: Ingimage.
Las autoridades de las principales ciudades del Ecuador también buscan desarrollar acciones para tener un mejor posicionamiento o hasta reinventarse. Sobre todo, porque en esos rankings aún no tienen posiciones estelares.
Una ciudad que quiere entrar en una nueva hoja de ruta es Guayaquil, tradicionalmente comercial y portuaria, y convertirse ahora en un polo de innovación. Dio un primer paso el 4 de abril, con la formación del denominado Comité de Innovación y la participación de universidades y empresas privadas. Para ello se creará una empresa pública municipal para la gestión de la innovación, competitividad, ciencia y tecnología.
Andrés Seminario, miembro del Comité que impulsará la creación de esa empresa en Guayaquil, sostiene que sí es posible cambiar la identidad de una ciudad, y para ello se requiere de cuatro elementos: modificar el chip en la cultura de la gente (hacia la innovación), contar con recursos económicos, afianzar la colaboración público-privada y ser una sociedad tolerante al fracaso. “En esta nueva identidad de una ciudad, el marketing juega un rol importante, porque permite crear una nueva historia de una ciudad. Pero el marketing por sí solo no serviría si no hay hitos que demuestren que se está cambiando, que sean hechos visibles y que esos anhelos no se queden solo en charlas”.
Quito también quiere renovarse y el desarrollo y ejecución del estatuto autonómico es el camino para renovar sus metas. Fernando Carrión, asesor del futuro alcalde Jorge Yunda (quien promueve una ciudad con más desarrollo tecnológico), dijo a EL COMERCIO que se debe reformar el modelo de gestión, ser una ciudad portuaria (modificando su estructura productiva) a través del estatuto.
En medio de este entusiasmo por cambiar el modelo urbano y proyectarse hacia el futuro en la ‘ola de la innovación’, Marco Córdova, docente de la Flacso, hace una advertencia: “Cada ciudad tiene una característica que la define, sea el turismo o la academia (…), pero el problema es cuando se quiere proyectar una ciudad innovadora tecnológicamente hablando, y no se tienen las capacidades para hacerlo. Entonces, es una tarea más difícil de conseguir”.
El catedrático también pone alertas al interés de las ciudades para subirse a la ola de las ‘smart cities’. “Ahí hay que tener cuidado, porque estas tendencias de generar o incorporar mayor tecnología en los procesos de gestión y articularlos con dinámicas económicas en términos de innovación, también son parte de un discurso internacional que muchas veces se vuelve una moda”, dice Córdova.
Un criterio que también cuestiona ese interés de renovar la identidad de una urbe o girar hacia otro modelo es el de Hernán Orbea, docente de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). “Ahora, por una especie de competencia internacional, las ciudades -en el marco de la globalización- están muy presionadas por las corporaciones para atraer inversiones o buscar nuevos capitales”.
Consecuentemente, dice, esto hace que se sacrifiquen tres cosas: los factores ambientales, porque se pueden elevar los índices de contaminación; lo segundo, casi el defenestramiento de cualquier factor cultural previo. “Entramos a una especie de cultura global, de grandes marcas, de hábitos de consumo que tienen que ver con un lenguaje internacional y la sacrificada es la cultura”. Y una tercera cuestión -señala- es que la cohesión social se desfigura.
¿Qué camino se debe seguir? ¿Cómo asegurar una planificación urbana que tenga en cuenta a los verdaderos usuarios de las ciudades, especialmente sus residentes?