El mito urbano de Candyman revive en la pantalla grande

El actor Yahya Abdul-Mateen interpreta al artista visual Anthony McCoy en la película ‘Candyman’. Foto: outnow.ch
Cada ciudad alberga sus propios monstruos, seres que deambulan en la memoria y sobreviven en la tradición oral como personajes de una fantasía colectiva que muchas veces se enreda con la realidad. ‘Candyman’ revive una de esas leyendas urbanas como la secuela de un thriller de terror que llegó por primera vez al cine en 1992.
Ese año, la película ‘Candyman’ de Bernard Rose, basada en la novela gráfica ‘The Forbidden’, puso en escena la historia de la estudiante de posgrado Helen Lyle, quien investiga una leyenda cuyo origen se remonta al siglo XIX, cuando el artista negro Daniel Robitaille fue linchado por enamorarse de una joven blanca.
Su trabajo la pondrá en el camino de un espectro que aparece armado con un garfio en su mano para matar a cualquiera que repita su nombre cinco veces frente a un espejo, dejando un rastro de terror y sangre.
Casi 30 años después, Jordan Peele, ganador del Oscar al Mejor guion original por ‘Get Out’ (2017), se junta con Nia DaCosta y Win Rosenfeld para escribir un guion e invocar a Candyman en una cinta que revive este mito urbano para una nueva generación de espectadores.
DaCosta asume la dirección de este filme de terror que, en lugar de seguir las fórmulas habituales del ‘jump scare’ o sustos prefabricados, prefiere explorar el género desde otras perspectivas estéticas y narrativas, que se derivan en una experiencia estimulante.
El complejo habitacional de Cabrini-Green, en Chicago, es el lugar que conecta la cinta de Rose con la de DaCosta. La película de Rose se filmó en este complejo habitacional que hasta mediados de los años 90 estuvo marcado por la pobreza urbana, la violencia y la desigualdad racial.
DaCosta regresa a este barrio que atravesó un proceso de gentrificación para cambiar su estatus social y económico y lo utiliza como un símbolo del desplazamiento social en las grandes urbes.
Los actores Yahya Abdul-Mateen y Teyonah Parris dan vida al artista visual Anthony McCoy y la galerista de arte Brianna Cartwright, respectivamente. Ellos forman parte de una nueva generación de residentes que se acaban de mudar a un apartamento, que pese a su ‘rehabilitación’ aún guarda un oscuro pasado.
Cuando su carrera de pintor parece estancarse, Anthony se encuentra con un antiguo residente de Cabrini-Green y descubre que la historia de Candyman se repitió, cuando un afroamericano es asesinado por la Policía como sospechoso de un crimen que no cometió, en la década de los años 70.
Ansioso por consolidarse como un artista de vanguardia, decide utilizar la leyenda como fuente de inspiración para su siguiente obra, sin saber que esta lo llevará directo a su propio y desconocido pasado, al mismo tiempo que se desata un nuevo y aterrador ciclo de violencia y terror paranormal.
El pasado y el presente, el terror y la esperanza se manifiestan en el contraste de ambientes y colores que le dan a este proyecto una estética distinta a otras cintas del género.
La directora encuentra en el teatro de sombras con títeres una forma más sutil, pero igual de categórica, para exponer la violencia racial contenida en la cinta, al mismo tiempo que refuerza el sentido mitológico del monstruo.
En esta nueva versión, el Candyman de DaCosta ya no será solamente la representación sobrenatural de Daniel Robitaille, sino la encarnación del dolor y la rabia de otros afroamericanos que han muerto debido a la violencia racial injustificada y se transforma en un nuevo arquetipo.
La cinta cuenta con los personajes precisos para darle continuidad a la cinta de 1992 y renovar el mito. Sin embargo, el mayor peso narrativo recae en Abdul-Mateen, quien destaca como un actor convincente que le confiere profundidad a un personaje que inicia un viaje que pone a prueba su cordura en un viaje que también lo transformará físicamente.
‘Candyman’ se forja como una alegoría sobre el racismo en los Estados Unidos, con una línea muy sutil entre el terror que entretiene al espectador y los horrores de la vida real que se cuestionan entre líneas.