Los estudiantes que conforman la banda provienen de distintas parroquias rurales. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Los sanjuanitos, tonadas y danzantes que entonan la banda andina de la Unidad Educativa Intercultural Monseñor Leonidas Proaño le ponen ritmo y color a los desfiles cívicos de Riobamba.
La institución fue reconocida por la originalidad de su proyecto musical y sus estudiantes son los invitados habituales de los desfiles de independencia y en las parroquias rurales de esa urbe.
La banda está integrada por 150 estudiantes que entonan charangos, bandolines, guitarras, quenas, rondadores, chagchas y otros instrumentos andinos.
Ellos se preparan durante cuatro horas a la semana para sincronizar sus marchas y movimientos a las melodías originarias indígenas.
El proyecto se inició hace cinco años como una alternativa a las bandas de guerra que participaban en los desfiles de Riobamba. Estas bandas entonaban ritmos marciales y predominaba el sonido de los instrumentos de percusión como los tambores, timbales y bombos.
“No nos sentíamos identificados con las bandas de otros colegios y escuelas, no nos representaban como cultura puruhá. Además, nunca estuvimos de acuerdo con las melodías marciales, creemos que incitan a la violencia y a los altercados entre instituciones”, cuenta Luis Pinduisaca, rector de esa institución.
Los estudiantes se entusiasmaron con el proyecto, propuesto por los docentes, de inmediato.
Durante las clases de educación musical pudieron aprender a entonar los instrumentos de cuerdas, percusión y vientos. Luego, fueron seleccionados los más hábiles.
De hecho, otro objetivo del proyecto fue motivar a los estudiantes a recordar y valorar su cultura. Es que el 90% de estudiantes que acuden a esa unidad educativa es migrante de las parroquias y cantones indígenas de Chimborazo que se asentaron en Riobamba.
“Uno de los problemas más graves de la migración es la distorsión de la cultura. Los niños y jóvenes salen del campo y se olvidan de su idioma y de sus prácticas, dejan de amar su música. Este proyecto también es de rescate cultural”, cuenta Luis Daminán, docente de la institución.
Por eso es un requisito para los integrantes de la banda rítmica vestir prendas tradicionales. Las mujeres usan anaco, blusas bordadas y una bayeta, y los varones visten una camisa blanca bordada, pantalón de tela y alpargatas.
John Chacaguasay es uno de los músicos más hábiles de la banda andina, por eso se ganó el privilegio de desfilar en los primeros puestos. “En mi familia antes había músicos, pero yo no aprendí hasta que ingresé a este colegio. Me enamoré de la música, de los sonidos andinos y quiero seguir aprendiendo”, dice el joven.
Otra estudiante destacada es Digna Cepeda, de 16 años. Ella es oriunda de Columbe, en Colta, y entona el charango. “Mi canción favorita es Ñuca Llacta, un sanjuanito que habla sobre el amor que uno debe sentir por su origen y por su tierra. Me costó trabajo poder tocarla al compás correcto”.
Ambos jóvenes practican las melodías en sus instrumentos incluso fuera de los horarios de repaso y a futuro esperan integrar una agrupación musical. “Tuvimos buenos resultados con la banda andina, se afianzó la identidad de los chicos y ahora tienen nuevas expectativas”, afirma Pinduisaca.
El programa musical resultó tan efectivo que las autoridades de la institución decidieron impulsar otros programas artísticos. Ahora también hay un grupo de danza originaria que muestra en sus coreografías la cotidianidad en las comunidades indígenas y las fiestas populares.
También se hacen festivales gastronómicos y ceremonias ancestrales para recordar las fiestas sagradas de la cosmovisión andina.