Las Galápagos son una muestra de los efectos del cambio climático. La temperatura en las islas ha aumentado en 0,6°C en los últimos 40 años y se prevé que continuará en ascenso hasta mediados de siglo. La biodiversidad que alberga estos ecosistemas vulnerables podría ser la más afectada.
Un reciente estudio, realizado por investigadores de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ)y la Universidad de las Américas (UDLA), demuestra que la temperatura en las islas podría aumentar hasta en 2,2°C en los próximos 30 años. En algunos escenarios se pronostican mayores tormentas y aguaceros.
Homero Paltán, autor principal del estudio y lecturer investigador en la Universidad de Oxford y en el Galápagos Science Center de la USFQ, explica que, para llegar a estas conclusiones, utilizaron proyecciones climáticas.
El investigador resalta que estas no son predicciones que establecen exactamente lo que sucederá en determinado año, pero permiten tener un contexto. Por eso, el objetivo principal de esta investigación fue realizar una línea base, que indique qué ha pasado en las últimas décadas, para tomar decisiones en distintos ámbitos.
El estudio revela que la época lluviosa en las islas cada vez tarda más en llegar. Paltán, quien trabaja en temas de resiliencia climática en el Banco Mundial, dice que este período, que va de diciembre a mayo, actualmente tiene unos 20 días de retraso. Esto no solo ha causado condiciones más secas, sino que afecta a sectores como el agrícola.
El aumento de 0,6°C en la temperatura de las islas, desde 1980, se asemeja a lo que está sucediendo en todo el mundo. Desde 1860 hasta 2020, la temperatura del planeta ha incrementado en 1,2°C.
Para Paltán, los cambios de temperatura en las islas Galápagos son importantes y podrían tener distintas repercusiones en la biodiversidad y en las poblaciones humanas. Uno de los resultados que más preocupa es el aumento de la temperatura superficial del mar en el Archipiélago. El estudio revela que este incremento ha sido de 1,2°C desde el año 2000.
César Peñaherrera, coordinador científico de la fundación Migramar y doctor en Ciencias Marinas Cuantitativas, explica que los impactos se producen a diferentes escalas y etapas de vida de una especie. En el caso de las tortugas, por ejemplo, la temperatura regula el desarrollo sexual de sus huevos.
Si las condiciones cambian, pueden empezar a nacer más machos o más hembras, lo que generaría un desequilibrio. En casos extremos, la temperatura podría aumentar a un punto que no permitiría que los huevos sean viables.
En el caso de las especies migratorias, las variaciones podrían generar un cambio en su distribución. Peñaherrera dice que la temperatura moldea la conducta y el lugar donde se ubican los animales. Si existe una alteración, las especies migratorias tienen la posibilidad de moverse y buscar lugares con mejores condiciones.
Si Galápagos deja de tener una temperatura adecuada para estas especies, lo más probable es que sus poblaciones se redistribuyan. Esto causaría un grave problema porque los animales se enfrentarían a nuevos riesgos y serían más vulnerables en áreas que no cuentan con sistemas de manejo adecuado, como el que existen dentro del Archipiélago.
En su fase juvenil, estas especies dependen de manglares y bahías con ciertas características. Si estas áreas cambian, los animales tendrían problemas para encontrar un lugar apto para actividades como tener a sus crías o crecer en las llamadas ‘guarderías acuáticas’.
Peñaherrera cuenta que, en países como Australia, ya se ha evidenciado cómo muchas especies de climas cálidos han empezado a colonizar áreas que generalmente eran frías para poder sobrevivir. Estas migraciones provocan un desequilibrio en los ecosistemas a los que llegan y en los que abandonaron .
En Galápagos se busca continuar generando modelos que se acoplen a estudios como el actual, para conocer qué va a pasar con la biodiversidad.
Además de los impactos en la flora y fauna, también se temen consecuencias en las poblaciones humanas. Paltán dice que, si hay islas más secas y con menos agua, las personas tendrán más dificultades para acceder a los servicios.
Las interacciones o competencia entre humanos y naturaleza se intensificarían. Al tener menos agua, los habitantes podrían recurrir a expandir la frontera agrícola o sacar más líquido vital de los acuíferos.