El tiempo que antes dedicaban a la tala y a la cacería ahora lo emplean en proteger a los bosques y sus animales. Tres colaboradores de reservas privadas ubicadas en la Costa ecuatoriana decidieron dar un giro a su vida y se convirtieron en guardaparques y defensores del ambiente.
Patricio Reyes se empezó a interesar por el bienestar del bosque desde hace 20 años. Este guardaparques de la reserva Las Balsas de la Fundación Jocotoco, ubicada en Santa Elena, cuenta que, ante la escasez de trabajo, la extracción de madera y la cacería eran las mejores opciones en el pasado para los habitantes de la zona.
Cada día, recuerda, ingresaban alrededor de 20 camionetas que siempre salían cargadas. Esto representa alrededor de 500 a 1 000 árboles. La caza también era constante. En las cuatro comunas, que rodean ahora a la reserva, habitaban alrededor de 40 cazadores. De estos, al menos 30 regresaban con una presa cada día.
Reyes explica que esta era una práctica común. A sus 12 años ya aprendió a cazar con sus hermanos y lo hacía como una forma de obtener sus alimentos. Cuando una fundación de protección ambiental llegó a la zona en el año 2001, este guardaparques empezó a comprender la necesidad de cuidar el bosque y su biodiversidad.
Las personas poco a poco se fueron vinculando y la cacería fue disminuyendo. Se estableció una zona especial en la comuna para la caza de subsistencia. Ahora, incluso son parte del programa Sociobosque con 10 000 hectáreas.
Reyes, de 63 años, cuenta que el cambio le ha brindado varias satisfacciones. Desde hace seis años trabaja en la reserva de Jocotoco y hace tres se convirtió en guardaparques permanente. Al ver su experiencia, el menor de sus cuatro hijos se convirtió en guardaparques en su comuna.
Amado De la Cruz Chávez tuvo una experiencia similar. Antes de trabajar en la reserva Canandé, de la Fundación Jocotoco, se dedicaba a la tala de árboles. Durante siete años estuvo en una empresa maderera hasta que hubo un recorte de personal y se quedó sin trabajo.
En ese momento continuó cortando árboles para poder sobrevivir. Un día, recuerda, se encontró con el administrador de la reserva y le pidió que le diera una oportunidad. El 1 de octubre de 2018 empezó a trabajar en este lugar.
Chávez pasó de talar el bosque a controlar que otros no lo hagan. “Uno cambia al 100% cuando trabaja directamente para la conservación. Cuando uno no sabe sobre esos temas, es como tener los ojos vendados”, dice.
La cacería también la dejó a un lado. Antes atrapaba especies como la guanta, pero ahora “vive encariñado con los animales”. Prefiere tomarles fotos, monitorearlos y seguir aprendiendo sobre su comportamiento.
Aunque esto le ha costado enfrentamientos, espera continuar difundiendo su mensaje de conservación, porque la tala aún es un problema en la zona.
Para Patricio Paredes, lo más importante es capacitar a los locales para que comprendan la importancia de cuidar sus bosques, ya que eso funcionó en su caso. Paredes habita en la comuna Cristóbal Colón y trabaja con la Reserva Tesoro Escondido, en Esmeraldas.
Hace 25 años se dedicaba a la tala de bosque para sembrar cacao y a la cacería de especies como el pecarí. Esto alivianaba un 70% sus gastos en alimentos. Su vida cambió cuando recibieron a tres biólogas que les pidieron alojamiento para realizar investigaciones en la zona.
Junto con su pareja, se dieron cuenta de que podían tener un ingreso por recibir a estas personas. Durante ese tiempo se creó la reserva, que ha permitido que más personas lleguen al lugar.
“Fuimos aprendiendo a valorar lo que teníamos en el bosque”, dice Paredes. En cada estadía, los investigadores le enseñan más sobre la variedad de especies en la zona y la importancia de conservarlas. Desde que recibió a sus primeros huéspedes, no ha vuelto a talar árboles o a cazar animales.