La “ofensiva” de Israel en la Franja de Gaza tiene consecuencias cada vez más graves y dolorosas: destrucción de los pocos servicios básicos que están a disposición de los más de un millón setecientos mil seres humanos hacinados en lo que podría considerarse la cárcel más grande del mundo; viviendas destruidas; miles de heridos; más de 1 000 muertos, de los cuales tres cuartas partes son civiles, la mitad niños y mujeres. Del otro lado, 43 israelíes muertos, tres de ellos civiles.
Acciones que se ejecutan en nombre del derecho a la defensa de Israel, de la lucha contra Hamas, terroristas para unos, combatientes para otros. Varios Estados apoyan esas medidas de fuerza, precisamente los que tienen la capacidad para frenar el desangre, con el poder para exigir el cumplimiento de las reglas de la guerra y las resoluciones de la ONU sobre Palestina. Gran parte de la comunidad internacional ha escogido entre el silencio cómplice y tibias declaraciones de “preocupación” por el incremento de las víctimas. Cinismo puro, pérdida de vidas inocentes que para ellos ya empiezan a ser más de las “necesarias”, unas pocas parecen no ser “importantes”. ¿Cuántas muertes palestinas son muchas?
Los inocentes que han perdido la vida o han sido heridos son “daños colaterales”; responsabilidad de Hamas dice Israel, ellos son los que usan hospitales como centros de mando, escuelas como bodegas de armas y llevan baterías de cohetes a parques, casas y mezquitas, dice Netanyahu, ellos son los criminales de guerra, repiten a coro con sus socios internacionales.
Esos hombres, mujeres y niños asesinados por medio de una fuerza desproporcionada, son vidas precarias, para usar la categoría de Butler; cuando mueren, parecen “doler menos”, no son lloradas, sentidas igual; una precariedad resultado de una “condición políticamente inducida… poblaciones que… están diferencialmente más expuestas a los daños, la violencia y la muerte”.
“Vidas prescindibles”, a las que se les “advirtió con volantes antes de los ataques”; entonces si mueren es por su culpa, por vivir allí, por ser palestinos en Gaza, en su tierra, en una zona sitiada, controlada; según el Estado israelí son responsables de su propia muerte por no salir de sus casas, del hospital, de la escuela; por no dejar de jugar en el techo de su vivienda, por no suspender el partido de fútbol en la playa, por buscar a su familia entre los restos del último ataque. Por no tener a dónde huir.
La vida humana es vulnerable, una vulnerabilidad desigualmente distribuida, porque algunas vidas están más expuestas y amenazadas; no perder de vista nuestra propia fragilidad –como sostiene Butler- es la puerta para la empatía, para sentir el dolor de cualquiera; esto nos debe llevar a rechazar toda acción que se ensaña con los más vulnerables, de cualquier bando, pero especialmente contra los palestinos a los que parece no reconocérseles su humanidad.
@farithsimon