Glass es una palabra inglesa con muchas acepciones, cuyo elemento común alude a la claridad y transparencia. Vidrio sería el sustantivo castellano que correspondería a la mayor parte de esas acepciones, como en “fibra de vidrio”.
El Ecuador tiene un vicepresidente que aspira a ser reelegido, cuyo apellido es Glas. Cuando se lo nombra, como reacción fonética instintiva, se piensa en la transparencia. Y siendo un político en acción, en la transparencia que deben tener todos los actos de un servidor público, con mayor razón si tal funcionario ha estado a cargo de importantes proyectos de transformación revolucionaria, en los últimos diez años, como son los llamados “cambio de la matriz productiva” y “sectores estratégicos”.
Lamentablemente, en esos ámbitos, precisamente, han surgido cuestionamientos, dudas y certezas de corrupción. Además de ciudadanos privados que han puesto el dedo en la llaga y son víctimas de persecución, fuentes e instituciones extranjeras han denunciado una corrupción rampante en el Ecuador y otros países del mundo, que toca de cerca a las entidades comprendidas en el ámbito de funciones confiadas al señor Glas.
Si se siguieran los normales procedimientos de investigación que se llevan a cabo en países en donde impera la norma del derecho, habría que esperar el pronunciamiento de la justicia para que se conozca la realidad de los hechos, desaparezcan las sospechas y triunfe la verdad. Pero los procesos de fiscalización e investigación están muy desprestigiados en el Ecuador y la justicia no siempre funciona movida por los principios de severidad e imparcialidad.
Sería aventurado e injusto afirmar a priori que el señor Glas está sumergido personalmente en las corruptelas denunciadas. Eso tendría que ser decidido en los tribunales de justicia, después de llevado a cabo el debido proceso, lapso durante el cual debería gozar de la presunción de inocencia.
Pero sería igualmente absurdo negar que, como jefe de las instituciones en cuyo seno ha saltado la corrupción, pueda simplemente cubrir con un manto de indiferencia, falta de transparencia y silencio, la responsabilidad administrativa y política que le corresponde. Varios autores confesos de los delitos o desaguisados en cuestión fueron o nombrados por Glas o permanecieron en sus cargos bajo su dirección. Sus acciones, en lo sustantivo, les manchan a ellos y no al vicepresidente-candidato pero, por lo menos, Glas tiene una responsabilidad política que debe asumir y explicar públicamente.
¿No debería la inoperante Asamblea Nacional llamarle y darle la oportunidad de aclarar sus actuaciones y –Dios quiera- dejar limpio su nombre?
Mientras esto no ocurra, no pocos pensarán que en el diccionario inglés hay que incluir otra acepción para la palabra glass: “antónimo de transparente”.
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