Quito, miércoles 7 am. No paran de circular centenares de tuits informando los trancones en diferentes partes de la ciudad. Parece que todos los accesos tienen problemas: puente 6 (de la “autopista”), túneles, redondel del ciclista, redondel del Condado, “autopista” Córdoba Galarza, la Simón Bolívar, sector Pasteurizadora Quito. Es fácil entender que detrás de cada uno de los mensajes reportando un inconveniente, hay miles y miles de personas, compañeros temporales de éste colapso, que empieza a ser cotidiano para quiteños y quiteñas, residentes, turistas, transeúntes, todos compartiendo sensaciones similares, de angustia, de enojo y de impotencia.
Más tarde, ese mismo día, llegan los reportes desde el “centro” de la ciudad, además de las zonas en las que siempre hay problemas, los mensajes nos advierten de inconvenientes en la “Y”, la Av. República, la Eloy Alfaro… Será que este caos es señal de que Quito ya “es una ciudad grande”, como dice la propaganda del nuevo aeropuerto, o es la evidencia de años de visiones cortoplacistas, mala planificación, actitudes sociales no enfrentadas, incompetencia de las autoridades de control, pésimo transporte público, una perspectiva de la movilidad que prioriza, con esfuerzos aislados, el vehículo a motor.
El problema obviamente es multicausal, se suman y se multiplican las razones, por cierto las autoridades, añadirían a nuestra lista la difícil geografía de Quito, el clima y las omisiones de administraciones pasadas.
Tránsito e inseguridad son factores que están generando una profunda transformación social. Cuando nos sentimos inseguros modificamos nuestros hábitos, reducimos nuestros espacios de acción, limitamos nuestros movimientos, rehuimos los lugares que nos colocan en situación de riesgo; con el tránsito nos vemos obligados a repensar nuestros tiempos, los horarios, a planificar nuestros desplazamientos, a seleccionar nuestros destinos.
No siempre podemos optar, por eso los lugares a los que debemos ir -trabajo, estudios, trámites- empiezan a convertirse en amenazas a nuestra tranquilidad, nos genera desasosiego pensar en salir por la mañana a luchar por un espacio en un autobús repleto, incomodo, lento, inseguro. Los que tienen vehículo propio preferirán usar su moto, su auto, al menos así podrán tener algo de privacidad, estarán mas seguros, se sentirán un poco -sólo un poco- dueños de ese espacio y de su tiempo.
M ientras tanto las autoridades, con sus caravanas de autos de ventanas polarizadas, policías, escoltas, paralizan la circulación, ya caótica, usan vías exclusivas, inmunes al drama diario del tráfico; nos dirán nuevamente, que grandes problemas no se arreglan en cuatro años, que ya tendremos metro, “ruta viva”, más kilómetros de asfalto y, para cerrar, que mañana será otro día, en el que nosotros, ciudadanos comunes, sin sus privilegios, tendremos que seguir enfrentando el caos.