Si podemos coincidir en que debemos tomar consciencia de nuestros paradigmas, reexaminarlos y confirmar o cambiarlos por decisión explícita, habremos dado un primer paso crucial en dirección a generar cambios esenciales en nuestras vidas personales y en nuestra realidad social.
El primer problema está, sin embargo, en llegar a esa conclusión inicial.
Para la vasta mayoría de nosotros, llegar a reconocer esa necesidad es tan difícil como lo es para el alcohólico o el drogadicto aceptar que tiene un serio problema que solo él podrá resolver.
Es así. No vemos que nuestros paradigmas –los conceptos básicos con los cuales hemos crecido, sin cuestionarlos ni sentirnos libres para aceptarlos o no- son causas principales de nuestras dificultades personales y sociales.
¿Por qué no lo vemos?
Sobre todo por la manera en que fuimos criados y educados. Pocos de nosotros fuimos inducidos a pensar por nosotros mismos y a elegir creencias, credos y valores.
Muy pocos de nosotros fuimos objetos de respeto cuando cuestionamos las preferencias políticas o los prejuicios paternos, o cuando cuestionamos algún dogma o alguna intolerancia materna. ¿Quién entre nosotros no recuerda frases como “¡Quítate esa idea de la cabeza!” o “¿De dónde sacaste esa tontería.que oímos en la casa, la escuela, el colegio y hasta en la universidad, donde muchos fuimos objetos de proselitismo, adoctrinamiento e intolerancia que castigaban la discrepancia y el pensamiento independiente.
¿Debe entonces sorprendernos que tantos de nosotros estemos dispuestos a agachar la cabeza ante la prepotencia de esposas o esposos, jefes, policías, guardias de seguridad, profesores o autoridades de diversos tipos? ¿Nos es tan difícil comprender que tantas mujeres sean objeto de irrespeto y abuso, no solo por la inmunda voluntad del que irrespeta o abusa sino, también, porque no se atreven a resistir o, luego, a denunciar?
En una anterior columna cuestioné el paradigma del determinismo cultural: “Soy así –por ejemplo, infiel- porque así es mi cultura”. En otras palabras, “No soy responsable”. Hoy cuestiono el paradigma de la formación y educación autoritaria y del ejercicio abusivo de la autoridad. E invito a preguntarnos si ese paradigma deba seguir siendo dominante o si reaccionamos.
¿No somos, en realidad, responsables? ¿No podemos, y más aún, no debemos reversar el mal hábito mental de nunca cuestionar los paradigmas que nos impusieron?
Planteo que sí somos responsables y sí podemos y debemos reversar ese mal hábito. Es difícil. Puede hasta parecernos imposible. Pero como ha escrito Adriana Cortina, fina pensadora española en temas de ética social, cuando algo parece imposible pero vemos que es necesario, debemos volverlo posible.