¿Quién curará las heridas psicológicas y emocionales de los niños de Siria? ¿De las niñas secuestradas en Nigeria? ¿De aquellos niños en Gaza que sobrevivieron o sobrevivan a los bombardeos? Más aún, ¿será posible curar esas heridas?
En muchos casos, nadie lo intentará. En la mayoría de los demás, los intentos fallarán. La violencia de la cual sufren esos niños en Siria, Nigeria, Gaza inhibe seriamente el natural proceso de desarrollo.
Según la gran psicóloga social Dra. Donna Hicks, “Bajo condiciones no amenazantes, ajustamos continuamente nuestro propio ser, integrando nueva información que obtenemos al interactuar con los demás en un continuo proceso de refinar y expandir el propio ser y nuestras creencias sobre nosotros, los demás y el mundo. (…) Al contrario, realidades amenazantes y conflictivas nos desestabilizan, generan temor, ira, ansiedad, sentido de humillación, la necesidad de vengarnos y de actuar con violencia hacia el ‘otro’ que percibimos como amenazante. Y hay un límite, más allá del cual la ansiedad se vuelve intolerable y conduce a la desintegración psicológica”.
Nuestros niños no están expuestos, como los de Siria, Nigeria o Gaza, a masivos secuestros ni a bombardeos incesantes que pasman el proceso natural de desarrollo psicosocial. Y, precisamente ,porque no estamos en condiciones tan terribles, tenemos la extraordinaria oportunidad, que no tienen los padres y las madres en esos lugares, de vacunar a nuestros niños contra las semillas de la desintegración psicológica, formando mentes abiertas y pensantes y espíritus crecientemente maduros, inmersos en “el continuo proceso de refinar y expandir su propio ser”.
Pero en nuestra sociedad, mientras nos horrorizamos ante noticias sobre esos niños lejanos, millones de nuestros propios niños siguen siendo brutalizados por padres violentos, madres carentes de ternura y de tiempo para ellos, profesores preocupados solo por imponer sus ideas y sus caprichos.
Sigo oyendo, con frecuencia, defender la autoridad violenta de padres y madres, e ideas sobre la educación tan terribles como aquella de que “la letra con sangre entra”. El terror, el correazo, el grito y el golpe siguen siendo reales para millones de nuestros niños.
Esto tiene que cambiar. Y para ello, padres, madres y profesores deben recordar sus propios dolores, producidos a su vez por correazos, gritos y golpes, y aceptar que esas formas tradicionales de criar y de enseñar no son adecuadas. Vacunar a nuestros niños con respeto, amabilidad y amor bien expresado que establecen límites y respetos por convicción, no por miedo, es el cambio más profundo que debemos instrumentar en nuestra sociedad.
Si logramos ese cambio, nadie tendrá que preguntar, a futuro, “¿quién curará las heridas psicológicas y emocionales de los niños del Ecuador?”.
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