En la semana anterior se dieron dos eventos importantes para nuestra sociedad: el lanzamiento del extraordinario libro “Corrupción en la década encubierta” publicado por la Comisión Nacional Anticorrupción, y el referéndum y la consulta popular del Domingo 4.
El libro es un devastador desvelar de la deshonestidad con la que se manejaron los asuntos públicos durante la que para sus cínicos y rapaces beneficiarios seguramente fue la “década ganada”, pero para el resto de nosotros fue una larga noche de destrucción institucional, recorte de libertades, generación de miedos, encumbramiento del capricho, abuso del poder y depredación descarada de las arcas públicas por sus propios custodios.
Quienes estuvimos en la presentación del libro tuvimos la profunda satisfacción de honrar con nuestros aplausos, nuestros abrazos, nuestras palabras de respeto y de agradecimiento a ese insigne grupo de ciudadanos honrados y valientes que comenzaron a enfrentarse al inmundo torrente de corrupción cuando hacerlo era aún muy peligroso, y la también intensa satisfacción de saber que somos miembros de una sociedad civil vigorosa, consciente, dispuesta a apoyarles en su honrosa labor y capaz y deseosa de generar profundos cambios.
Los resultados de las votaciones, que marcan importantes nuevos derroteros para el futuro político del país, también traen satisfacción, pero a diferencia de las anteriores, una satisfacción atenuada por serias preocupaciones: es cierto que se eliminará la despótica reelección indefinida y se abren algunas posibilidades valiosas, pero los números nos muestran que aún cala hondo en nuestra sociedad el mensaje de quienes no desean consolidar las libertades ciudadanas y pretenden más bien seguirnos engatusando con la ilusión de su mayor capacidad para definir nuestros destinos, aún después de la revelación de sus colosales niveles de corrupción.
Con mi esposa visitamos, en el Jardín Botánico de Quito, espacio de belleza y paz, una exposición de árboles bonsái, arrayanes, juníperos y cedros enanos cuyo atractivo estético puedo apreciar, pero en los cuales veo una alarmante expresión simbólica de aquel perverso mensaje de sustancial eco en el electorado: hay quienes no quieren que crezcamos cada quien a su manera, que nos atrevamos a pensar, que valoremos, celebremos y disfrutemos nuestra diversidad, y quieren al contrario darnos forma obligada y retorcida, encausarnos, amaestrarnos, ser quienes determinen el curso de nuestras vidas. Y lo que es más grave, los votos por el “No” en la consulta nos dicen que muchos aceptan someterse, como bonsáis humanos, a esos seres que se sienten superiores.
Fue una semana de esperanza y de percepción de amenaza, de sentimientos encontrados, de alegrías y tristezas.
Columnista invitado