Lamento decepcionar a los demagogos que se pasan la vida diciendo que el pueblo lo sabe todo. Ecuador es el país del “no se”, “no conozco”. La gente en general no conoce el nombre de las calles, por donde se llega a un lugar, quienes y qué hicieron nuestros antepasados. Se vive al día, confusos dimes y diretes políticos, el último gol del equipo favorito o la carestía de papas y lechugas. Pocos podrían discutir sobre el papel de Zaruma en la minería, quienes fueron los incas o que significa el monocultivo.
Decenas de estudiantes universitarios llegan a nuestras aulas con un pobre o nulo conocimiento sobre nuestra historia (no se diga la de los demás), nuestros alimentos y animales originarios, los logros de la construcción en tierra. El ejercicio de leer, conocer, mirar y cuestionarse, es muy restringido. Apenas tararean la letra de alguna música nacional; un vago recuerdo de una leyenda escuchada de pequeño. El bajo porcentaje que acude a museos y conciertos es alarmante, salvo el reguetón y derivados.
La experiencia de 40 años de docencia me permite asegurar que a partir de la segunda clase acompañada de lecturas académicas amenas e imágenes convocadoras, los estudiantes reaccionan con entusiasmo cuando hablamos de historias propias o en diálogo con América Latina. Si a ello se suman herramientas y estrategias pedagógicas de empoderamiento, la aceptación es muy alta y comienza un sorprendente proceso de autodidactismo; más adelante se advierten deseos de desplazamiento (físico y mental) llevados por una curiosidad por indagar lo que queda como una pregunta.
En este contexto, la figura creada por los organismos educativos nacionales, la de vinculación con la colectividad –academia/sociedad- puede ser altamente enriquecedora. Un sencillo programa denominado “Cuenca, Cuenta, Cuenca”, desarrollado por la Universidad de Cuenca y la Fundación Municipal de Turismo de la ciudad, revela la necesidad de conocer el entorno cercano bajo la guía de expertos, de forma lúdica, no obligatoria. Así, un sábado al mes, bajo la tutela de la Facultad de Arquitectura, se desplazan 50 personas para aprender, preguntar y compartir con artistas, jardineros, médicos o gastrónomos. La demanda, tras un año de operación, es enorme. No solo se conoce, se establecen vínculos con y entre expertos, se piensa en proyectos de investigación de pre y posgrado, se disfruta descubriendo lo propio. Un semillero de emprendimientos y empoderamientos. Por otra parte, la Fundación de Turismo a través de esta experiencia organiza nuevas rutas culturales bajo sus propios formatos. Nuevas vías de conocer una ciudad y de auto identificación. Segura de que este es solo uno de los proyectos circulando en nuestro país; sin embargo, hace falta llevar este tipo de acciones a la política pública.
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