El diario The New York Times acaba de publicar un artículo escrito por tres periodistas que investigaron los sofisticados sistemas de monitoreo y control desarrollados por China, país al que califican de “capital global de la vigilancia”. En su análisis, se refieren específicamente al Ecuador, recuerdan que el presidente Correa importó más de 4 000 cámaras de vigilancia menos usadas para combatir la delincuencia que para espiar a quienes consideraba enemigos de la revolución socialista, y dicen que las informaciones obtenidas mediante el referido monitoreo eran transmitidas a la Policía nacional, pero también a la “temida” Senain, conocida por su “largo historial de seguimiento, intimidación y ataque a opositores políticos”.
Muchos países han comprado los sistemas de video-vigilancia desarrollados por China, lo que ha dado como resultado la formación progresiva de una especie de red mundial recolectora de datos cuya utilización puede ser múltiple y variada. El entrenamiento técnico que ofrece China a sus clientes incluye capacitación en cómo “guiar la opinión pública”, lo que Freedom House considera un eufemismo para hablar de “censura”.
Fueron frecuentes los atentados contra la libertad de pensamiento y opinión durante el gobierno de Correa, no siendo de los menores la nefasta Ley Orgánica de Comunicación y la Superintendencia que la aplicó en forma tan arbitraria que su titular huyó de la justicia y pidió asilo en Bolivia.
Sin embargo, el artículo toca otro tema de singular gravedad: la creación de una estructura mundial de recolección de informaciones que, además de facilitar el nacimiento de regímenes autoritarios, pondría fin a la privacidad en la vida de los ciudadanos. Con toda razón, un experto en la materia ha reconocido que el peligro es real y que resulta sumamente difícil impedir el uso abusivo de un mecanismo inicialmente creado con el propósito loable de luchar contra la delincuencia. El único freno para evitarlo -ha dicho- consistiría en respetar los dictados de la ética.
El Ecuador acaba de ser víctima de ataques cibernéticos que demuestran su vulnerabilidad. Los avances de la tecnología son admirables pero ponen a la vista la posibilidad de abusos aterradores. No habría que descartar que, gracias a su tecnología y su habilidad comercial, pueda llegar a tomar forma la figura del “gran hermano” que vigilaría, para sus propios fines e intereses geopolíticos, la conducta de todas las naciones. Esta no es simplemente una especulación teórica.
¿Estamos frente a la alternativa de escoger entre privacidad o seguridad? ¡No! Tenemos derecho a ambas. Los gobiernos están llamados a proteger a sus ciudadanos y garantizarles una adecuada seguridad, sin menoscabar ni sus libertades ni sus derechos.
Eso es posible en una auténtica república democrática.