Con una ceremonia austera pero solemne, ayer reabrió sus puertas la Académica Diplomática del Ecuador.
Ya en 1944, el entonces Canciller Ponce Enríquez vio la necesidad de contar con una Escuela Diplomática en la que se impartiera profunda y moderna formación académica a los jóvenes aspirantes a esa carrera. Acertadas fueron sus palabras: “No habrá diplomáticos de verdad, como no puede haber militares de verdad, sin escuelas formativas”.
En 1982, el Canciller Luis Valencia organizó el Centro de Capacitación de los diplomáticos y, en 1987, el Canciller Rafael García Velasco firmó el decreto que dio origen a la Academia Diplomática, cuyas eficientes actividades pronto le ganaron prestigio nacional e internacional. Rafael Correa y Patiño quisieron convertirla en un centro de adoctrinamiento socialista y la eliminaron en 2009. El Canciller José Valencia tuvo el gran acierto de restablecerla el mes de mayo pasado.
La diplomacia no es una actividad que pueda ser desempeñada por neófitos. Es una compleja profesión que exige meticulosos y permanentes estudios para que la tremenda responsabilidad de representar a un país, a un pueblo, a todos los componentes de un estado, sea asumida con éxito. El diplomático debe actuar siempre con la máxima dignidad, de manera intachable, con ejemplar patriotismo, para adquirir credibilidad y merecer respeto. Su formación incluye el profundo conocimiento de la realidad nacional, los objetivos de la política exterior y los métodos más eficaces para alcanzarlos. Cada diplomático debe dominar la ciencia de las negociaciones y tener la formación profesional para actuar como eficaz instrumento al servicio de la política internacional. Debe, sobre todo, poseer la firmeza moral e intelectual para formular observaciones motivadas y firmes cuando las decisiones políticas y las instrucciones que reciba infrinjan los principios de moralidad y legalidad. Debe distinguir entre la lealtad y la obsecuencia.
La diplomacia ha sido frecuentemente utilizada para premiar a serviciales aliados o alejar a peligrosos opositores de los gobiernos de turno, aquí y en todas partes. Pero tal uso debe ser excepcional. Si bien eminentes personalidades han representado dignamente al país, sin haber sido profesionales de la diplomacia, mucho más frecuente ha sido el caso de políticos carentes de formación que han usado la diplomacia para disfrutar de sus halagos y terminar desprestigiando al conjunto de la ecuatorianidad.
Es pues muy grato saber que la Academia Diplomática ha vuelto a la vida, que funcionará en su sede tradicional de la Avenida 6 de Diciembre y que, mejor aún, su director será uno de los más prestigiosos Embajadores, el doctor Alejandro Suárez, hombre de gran calidad humana, de honradez inmaculada, de amplia cultura y probado patriotismo.