Chris Argyris y Donald Schöen, profesores del Instituto Tecnológico de Massachussetts, MIT, publicaron en 1996 un libro con el intrigante título de “Aprendizaje Organizacional II”. El número romano “II” se refiere a la idea esencial de que ante cualquier problema, es necesario un aprendizaje en dos (II) ciclos: en el primero, de lo necesario para resolver la instancia específica que se está enfrentando del problema (por ejemplo, diagnosticar que un niño sufre de dengue para curarlo de la enfermedad); pero en el segundo ciclo, deberíamos aprender cuáles son las causas subyacentes, para no solo resolver instancias específicas del problema, sino eliminar la posibilidad de que se repita (por ej., identificar las aguas estancadas en las que se criaron los mosquitos que infectaron de dengue al niño, y eliminar tanto las aguas como los mosquitos).
La búsqueda de soluciones en nuestras sociedades con frecuencia hace caso omiso de esta idea central. No es que falten propuestas: cada día oímos y leemos algún número de ellas, para reducir el déficit fiscal, hacer más eficiente la burocracia, luchar contra la corrupción, atender mejor a los turistas, reducir la violencia intrafamiliar, iluminar mejor las calles, recoger la basura, eliminar los perros callejeros, mejorar las seguridad en los parques, etcétera, etcétera, ad infinitum. Algunas ni siquiera pasan de ser perogrullescas sugerencias de que “algo se debe hacer”. Otras, más propiamente propositivas, sugieren algún “algo” que se pudiera hacer.
Pero mucho de lo que se propone está en la superficie, dirigido a ameloriar síntomas, pero no a erradicar (sacar de raíz) las causas esenciales. Para luchar contra la violencia intrafamiliar, por ejemplo, se proponen mayores castigos para los perpetradores, y loable asistencia para las víctimas, como casas de refugio y asistencia sicológica, pero poco o nada se oye de combatir dos de las causas más profundas, que son el autoritarismo y el machismo aún rampantes en nuestra sociedad, o de ir aún más a fondo, a cambiar las formas obsoletas y retrógradas de crianza y de educación tan comunes en nuestra sociedad, que conducen a la perpetuación de ese autoritarismo y de ese machismo.
Cuando se me pide que presente ideas en público sobre algún tema de mi competencia, el pedido con frecuencia viene acompañado de otros dos: que no profundice demasiado, y que más bien ofrezca “tips” sobre cómo manejar este o aquel problema.
No se mata mosquitos ni se elimina agua estancada con “tips”. Se lo hace con esfuerzos más profundos, que comienzan con reconocer feas realidades, demandan, luego, que se asuma la responsabilidad de ser parte del problema, y siguen al aún más duro esfuerzo de generar cambios de fondo, cuyos impactos sean sistémicos, sostenibles, y ampliables en el tiempo.